TORMENTA CONGELADA

Fue el día en el que se abrió el cielo y comenzaron a caer los rayos a mansalva. Justo cuando el agua se desplomaba en forma de cortina de diseñador carísimo y cuando oyó, a lo lejos, la inexistente voz de su abuelo recomendándole que apagara todos los aparatos eléctricos. No olvidaría jamás ese momento porque fue el que le hizo temblar, lo hizo entre truenos que su vez hacían tiritar a los cristales de las ventanas.

Había llegado la tormenta y por avisada que estuviera no dejaba de ser sorprendente y aterradora. No había forma de huir de ella y se colaba por todos los resquicios de las ventanas. Las persianas abajo fueron una mala idea, el golpear de su vaivén al compás del viento hacía más ensordecedor el ruido y al subirlas fue como abrirle el telón al miedo. Un rayo cruzó el cielo y gritó sin reprimirse.

Tomó aire a todo lo que daban los pulmones y el olor a canela le invadió. Dejó de temblar y se serenó unos segundos. Era reconfortante que en medio de la venganza de los fenómenos atmosféricos, hubiera un arroz con leche enfriándose para calmar los ánimos. Lo lamentable es que aún no estuviera frío del todo para sumergir la angustia en la blanquecina masa. Los postres apaciguan fieras y consuelan. Además le tranquilizaba hacerlos, se concentraba en la dulce labor doméstica y olvidaba cualquier problema anterior. Esta vez lo hizo demasiado pronto, cuando aún sólo eran las nubes grises las que le ahogaban la sonrisa.

Había sido un día nefasto. Desde que amaneció estaba esperándolo, despierta, con los ojos abiertos esperando la hecatombe. No era predisposición, tampoco predicción, estaba en el ambiente que hoy todo iría de mal en peor y así había sido. Hasta había tenido que conversar con un hombre de voz horrenda y aguda que no le correspondía ni con su cuerpo, ni con su condición. En realidad no pegaba ni aunque hubiera sido una histriónica y beata señorita victoriana. Quizá ese hubiera sido el peor y más trágico momento del día.

Los truenos seguían siendo la incómoda banda sonora de la tarde y los relámpagos iluminaban como flashes celestiales. Con lo que odiaba las fotografías ahora las tenía de un tamaño desorbitado porque, por mucho que intentara razonar, es lo que le parecían, paparazzis vulnerando su derecho a la intimidad. Sentía que su enfado iba cada vez a más y como un león enjaulado paseaba por el salón. Optó por preparar un té que con su ceremonia le relajara de ese estado de ansiedad.

Sin encender ninguna luz buscó su tetera favorita, preparó la taza y esperó que el agua hirviera. A fogonazos de luz climática se orientaba por la cocina.
Al buscar el refugio de la pared para apoyarse encima notó que se le mojaban los pies. «¡Maldita lluvia!- pensó- lo que me faltaba ahora». Con cuidado de no resbalar volvió por sus zapatillas de casa y al encender la luz en la cocina parpadeó ante la agresividad lumínica. La ventana estaba cerrada y se acercó a comprobarlo rodeando el charco. Fue entonces cuando se dio cuenta de que el congelador había dejado de prestar su fin primero y empezaba a hacer aguas.

Sin duda el día podía ir a peor. Lo estaba demostrando. Abrió el congelador y encontró, ordenados y embolsados al vacío, una gran cantidad de paquetes. Tuvo que comprar ese arcón para que cupieran los dos cuerpos de aquellos dos hombres que tanto la contrariaron. No le quedó más remedio que acabar con ellos. Se lo habían buscado. De una manera diferente acabaron siendo unos tipos entretenidos. Sonrió con nostalgia, fueron unos días agotadores pero divertidos. Días donde la adrenalina estaba desorbitada y la sangre fluía por sus venas haciéndole sentir viva en contraprestación a la que se esparcía por el suelo de los cuerpos inertes. Trocearlos fue una epopeya que le dejó exhausta, pero satisfecha. Ahora todo podía quedar al descubierto y no se lo podía permitir. Tendría que buscar una nueva localización para su tesoro.

Apuró el té mientras daba vueltas a las opciones y contemplaba los pros y los contras de cada posible ubicación. De repente un trueno fue el eco de su risa… se animaba por momentos, por fin algo que le suponía entretenimiento y placer. A última hora se había reconducido todo. El karma era justo.

Ni siquiera su pánico a la tormenta podía aguarle esa adorable perspectiva que nacía frente a ella…

 

 

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