La B de Bukowski con la A de Auster, cerca y sin embargo tan lejos. Lejos de mí. Y no quisiera.
Ayer leía que hay quien tiene apuntado los libros que han pasado por sus manos, como otros enumeran en papel sus conquistas, yo no tengo apuntado ni lo uno ni lo otro. Para lo primero voy tarde, para lo segundo no necesito papel, la memoria todavía retiene enumeraciones cortas. Sí tengo la de los de los libros que necesito, que me son imprescindibles y no tengo, esos que siempre sufren la zancadilla de un ejemplar más llamativo, más barato o más urgente. Mi lista de literaria de la compra crece a un ritmo desorbitado y mi ritmo de lectura ha decaído desde mi absorbentes años de la adolescencia. Mis jornadas de diario me dejan agotada a la hora de coger un libro. Lo que antes era mi tiempo favorito de lectura se ha convertido en dos frases y un porrazo del ejemplar en el suelo. La edad no perdona, ni el sueño.
Deberíamos preguntarnos cómo llegamos a los libros: por ellos o por los autores. Qué fue lo que nos hizo tener ese determinado libro en la estantería, justo al lado del que nos regalaron y pegado al sujeta libros en el que se posa el polvo. Cuál fue la llamada a su selva literaria. Habrá quien compre porque le gusta un título llamativo o una portada colorista. Puede que muchos se fíen de un determinado personaje televisivo o del premio que recibió esa novela. Otros será por recomendación de un amigo, una nota de prensa, una entrevista, un comentario en una red social…porque lo leía la mujer de enfrente en el metro, porque alguien se lo dejó en un parque, porque estaban en un mercadillo.
En mis pocas excursiones a la Feria del Libro de la capital, la más grande del país, descubrí que las colas infinitas se daban cuando firmaba ejemplares algún famoso de la televisión. Sólo un producto adolescente y algo mercantilista podía competir con aquellas ventas. Recuerdo una señora con un carrito de bebé bajo la lluvia -el bebé metido en la pecera de plástico como un paquete de chopped con abre fácil- que aguantaba estoica buscando la firma de Mario Vaquerizo y miraba el reloj nerviosa para que no se le escaparan Jorge Javier Vázquez y Risto Mejide (¿o era Mercedes Milá?). Era fácil saber por qué compraba libros esa señora.
También he visto vender libros por metros, lo prometo, una colección que tenía un color en la portada que le iba bien a las cortinas.
Miro mis estanterías y puedo saber como llegaron cada uno a mi vida, como un amante fiel o un amigo solícito, un canalla de la noche o una amiga en un día de helado y lágrimas. Me han divertido, acompañado, asustado, y cada uno de ellos me ha hecho pensar. Aunque el pensamiento haya sido sobre el dinero estúpidamente gastado en semejante mierda. Porque esto hay que decirlo. Cuando alguien muere no pasa directamente a ser santo para los que quedan respirando, un enfermo no se convierte en inteligente o en buena persona, y los libros no son siempre buenos. Se ataca con más fiereza a una película que a un libro, y hay libros que no valen ni el papel impreso.
Sucede a veces que el libro viene a buscarme. No llama a mi puerta, ni me manda flores, pero de repente todo a mi alrededor tiene que ver con él. Me van naciendo poco a poco las ganas de conocerlo y de acercarme a ese autor que el destino me está presentando una y otra vez. Si yo creyera en conjunciones planetarias diría que el Universo quiere que lo lea y me predispone a ello. No llego a tanto pero asumo esa llamada de atención. Tomo conciencia de que tengo que leerlo. Entonces va subiendo puestos en la lista de compra. Tener un ejemplar se convierte en pura ansiedad, necesidad, deseo…lo más parecido al sexo con un desconocido.
Hasta hace una semana mi último arrebato fue Tallón que además ahora saca novela nueva y me tiene expectante, pero desde una perspectiva más serena, más relajada, es como una relación esporádica pero duradera en el tiempo. Ya sé que lo que me voy a encontrar me va a gustar mucho. En este tiempo he indagado en artículos antiguos, voy pillando el estilo, ahora sólo queda esperar, será el primero de la lista en cuanto salga.
De una semana a esta parte todo es Bukowski. Artículos, comentarios, amigos, todos de repente se han puesto a hablarme de él. Incluso pensé que le habían dado algún premio in memoriam, o acababan de encontrar un ejemplar desconocido. No era normal tanta conversación repentina, pero parece que sí, así que deberé tomarlo con una señal inequívoca e insalvable.
Ayer leí algunos párrafos de sus libros y reconozco que me gusta, no es alta poesía, no encontré a un autor de excelencia literaria, pero me gustó. Leí algo canalla y oscuro. Incluso me extrañó no haberlo leído ya, lo habré hecho en otra vida mucho más alocada y díscola porque casi tuve más la sensación de releer que de encontrarme virgen frente a ese texto por primera vez.
Ahora será mi nueva obsesión hasta que llegue otro, así de promiscua soy en mis hábitos de lectura. Es tiempo de Bukowski, he quedado con él, tengo una cita. Él ha adelantado a todos los demás