LA CABINA

La juventud de hoy en día lo tiene todo hecho.

Trabas insondables han sido reducidas a la nada de unos años a esta parte. No sé si algún día, no muy lejano, miraremos a nuestro alrededor y nos lamentaremos de haber hecho que nuestros jóvenes blanditos. La juventud que por naturaleza tiene que ser impulsiva, fuerte, alocada y dispuesta a saltar cualquier obstáculo ( e incluso a transgredir alguna que otra norma) ahora es una parasitaria larva de sofá.

La culpa sin lugar a duda nace en las pequeñas cosas. No tiene que ver con la desaparición del servicio militar o con la prestación social sustitutoria. No juega ningún papel la solidaridad de onegé. En ningún momento invoco a acción católica o la sección femenina. Tengo una teoría y creo que la falta de cabinas telefónica tiene mucho que ver. Eso y los móviles. Ahora lo tienen todo a golpe de whatsapp.

Las cabinas del teléfonos patrias no tenían el glamour de sus primas británicas, rojas y elegantes. Eran zafias y claustrofóbicas, que se lo pregunten si no a José Luis López Vázquez, en paz descanse.  Por no tener, en España no tenían ni un súper héroe cambiando sus calzoncillos interiores por unos carmesí de calle. Pero eran las nuestras. Si había un Bar (Bat, para ellas) Mitzvah civil, agnóstico y popular en nuestro país, era el momento de ir a la cabina de teléfono.

Primero había que tener la moneda, no era tan difícil. Después una cabina que no estuviera rota. Cuando ya tenías cabina y tono, entonces era necesario que la moneda no la escupiera la cabina. El colmo sería que después de haber juntado el valor, haber encontrado un teléfono operativo y fuera de miradas incómodas, la moneda te jugara una mala pasada. Si dramáticamente se empeñaba en devolverla – y no se la tragaba sin razón, entonces había que rozarlo con todo lo que había alrededor. El costroso teléfono,  la balda donde te apoyabas o las paredes de cristal. Donde fuera. Era cuestión  de vida o muerte.

Cuando se por fin te daba el tono adecuado llegaban los sudores. Si estabas solo cerrabas los ojos mientras notabas que el suelo se hundía. Si te acompañaban empezaban a dar grititos de nervios o de aburrimiento. Pero gritaban y tú movías la mano pidiendo silencio, con el corazón latiéndote en las sienes. Marcabas los ocho o nueve números y ya estaba todo decidido. Alea Iacta Est.

Ahí estaba todo, en esos tonos de llamada estaba tu paso a la edad madura. Sólo ante el peligro. Sin escribírselo por whatsapp. Sin tener acceso directo. Ese era el momento. No sabías ni quien te iba a coger el teléfono, quizá ese alguien vivía con sus padres, doce hermanos, tres abuelos, y siete mascotas; puede que no, pero en ese momento te parecía que mil personas podían estar habitando la casa a la que correspondía ese intermitente tono de llamada y podían interceptar el teléfono.

Sentías miedo y a la vez preparabas lo que ibas a decir, todo esto sucedía en pocos segundos que parecían años y a la vez estrellas fugaces. El tiempo se condensaba y se estiraba sin parar.

Se descolgaba al otro lado y entonces…

-Buenas tardes….¿está Fulanito?

– Sí, un momento, ¿de parte de quién? (pregunta con maldad)

– De una amiga….

 

 

 

 

 

Un comentario en “LA CABINA

  1. … reviviendo con una sonrisa los momentos cabina, fantástico amiga, me has trasladado y pensar que de eso solo hace unos 20 años …

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