Ayer por la tarde, el sol entraba por mis ventanales como si no se hubiese fijado en la fecha del calendario. Como si nos estuviera dando una prórroga vestida de agosto. El veranillo del membrillo (o de San Miguel) en todo su esplendor, sol y calor bordeando los treinta y cinco grados. Alivio que sirve para calentarnos la sangre por última vez antes de que el invierno sólo nos permita una sangre tibia en los días de sol.
La semana anterior lluvias torrenciales de agua caliente nos servían para comprobar si los paraguas seguían donde los dejamos en mayo y para ir asumiendo que pronto las sandalias dejarían de estar solícitas, siempre a nuestros pies.
El sábado pasado llovía con tal intensidad que mi paraguas de entretiempo no cumplía con sus funciones y mucho menos para dos. En mitad de una cortina de agua tuvimos que refugiarnos. Nos acogimos a la obra social de la La Caixa, es decir, nos metimos en un cajero del banco, eso sí, de los que están sin puerta, sólo metido a modo de mínimo soportal. Sirvió de algo pero las gotas salpicaban con tal fuerza que los zapatos y los pantalones se nos mojaban. Cuando mirabas alrededor, toda la calle que es peatonal y comercial, tenía gente apostada en la puerta de comercios y portales esperando que pasara el chaparrón. Pero no pasaba.
Los minutos pasaban en racimos de quince y había que tomar decisiones. Empezaron a pasar las clásicas señoras con la bolsa de plástico en la cabeza, incluso alguna con un nivel superior, el Ferrari Testarrosa de los plásticos, porque llevaba una bolsa de las reutilizables grandes que le cubría mucho más que a la que usaba la del pan. Siempre ha habido clases… Los jóvenes aguerridos y entre risas que se mojaban sin problemas, los señores diligentes que evitan los charcos y las madres con niñas en brazos cubriendo a su prole y estropeándose la peluquería. Nada nuevo bajo la lluvia.
A nosotros nos dio por reír y sin alcohol de por medio, pero es que es algo muy sano. Incluso a carcajadas nos repartimos el mínimo espacio por si había que hacer noche. Nos hemos acostumbrado a vivir en pisos tan pequeños que yo empezaba a verle posibilidades con un par de «obritas» bien hechas. También debo decir que con el sonido de la lluvia y el calor de las doce de la mañana, llegó el sopor y empezaban a repetirse los bostezos mal disimulados. Un cajero puede ser muy acogedor a poco que te lo propongas.
Entonces recordamos cuando llegabas del colegio hecho una sopa y te decían: «Cámbiate corriendo de ropa». La ropa se quedaba pegada y era difícil desprenderse de ella. Había que cambiarse hasta las braguitas algunas veces. Pero el agua de lluvia no se seca con toallas, es un agua diferente y no se deja atrapar por esa felpa. Es así o yo tenía demasiada prisa y no estaba por perder el tiempo en secarme. Luego llegaba el momento de ponerte ropa seca en la piel húmeda, los calcetines cálidos, y el vaso de colacao calentito. Esta sensación era inigualable, indescriptible, tan maravillosa que hay que recurrir a ella aunque sea con el recuerdo en caso de tener un mal día.
Cuando conseguimos llegar a casa tuve que hacerlo y tuvo regusto a niñez, a goma Milán y olor a plastilina. Por años que pasen, mi ropa mojada de lluvia siempre me recordará a los días de colegio y me sabrá a leche con cacao.
Hoy vuelve hacer calor, el sol ya me está calentando la piel. Luz y un inmaculado cielo azul. Estoy contenta. Creo que ahí arriba el Delegado Territorial del Tiempo Andaluz, DTTA, debe ser de la tierra y sabe lo que necesitamos y lo que nos gusta. Estoy segura que de que es buena gente y le cae bien a Dios Padre, de ahí que nos permitan estos caprichos. Y seamos sinceros…¿quién desaprovecha un capricho? Yo me voy a tomar el sol…por lo que pueda pasar….
… disfruta del sol como nosotros disfrutamos con esta lectura 🙂
Mmmmmmmmm
Huele a magdalena de Proust!!
Ahora son muffin desos y no sabemos lo que Proust opina. Un drama. ;))