Hay muchas ciudades con estaciones fantasmas en sus líneas de metro. Esta es de Nueva York, la de City Hall, por tener dos grandes estaciones cerca fue poco utilizada, hasta que dejó de estar abierta al público en 1945. Belleza extrema y humilde disfrutada apenas cuarenta años y luego condenada al ostracismo.
Puertas cerradas con raíles perdidos que desembocan en silencio. Belleza arquitectónica sin pasos humanos ni chirridos de vagón. Tiempo pasado ninguneado por el pragmatismo y la modernidad.
Estas viejas estaciones me recuerdan a los ancianos del asilo, a los mayores que se sientan en nuestras plazas, a los que ya casi no tienen futuro y consideran cada día un regalo envenenado de pastillas y dolores. Pero estos hombres y mujeres tienen un pasado lleno de vida, de historias y de esplendor. Tanto por contar y las prisas no nos dejan pararnos a disfrutarlos, casi nos estorban.
A veces, creo, hay que pararse más en lo que ya no es útil, aunque nos parezca una pérdida de tiempo, puede haber mucha belleza en silencio deseando romper a hablar.