Gracias a la ínclita Susana Díaz y sus secuaces este año mi hija (y otros pocos) no pueden hacer uso del un autobús escolar que tiene como cabecera la puerta de mi casa y como aparcamiento el colegio de mi heredera. La lógica de la funcionaria de turno debe ser tan demoledora como incapaz y varios niños menores de doce años se ven obligados a ir en otros medios de transporte. Eso debe ser lo que la Consejera de Fomento de la Junta de Andalucía, Elena Cortés, quiso decir con que teníamos que ir en bicicleta. Lo malo es que los niños por estas calles o por los inauditos carriles bici que han hecho tampoco pueden ir…Igual la pobre sólo es despistada y no se acuerda de que luego hace frío y llueve. O a lo mejor, pensando un poco mal (sin ser yo nada de eso), tiene que tapar que ganaron unas elecciones prometiendo un tranvía que ni está, ni se le espera.
Así que ahora camino entre seis u ocho kilómetros diarios para cumplir con la escolarización de mi hija menor. Hasta ahí, todo correcto, es saludable, hago ejercicio, y disfruto de los sanos olores del campo. Estoy a nada de convertirme en Heidi o apuntarme a la siguiente maratón de Nueva York.
Esta mañana, a las nueve, mientras volvía para casa, con cara de sueño y algo de frío me he cruzado con un matrimonio en un paso de peatones. Él debía de tener unos setenta y cinco años, abundante cabellera cana, robusto, el típico señor de pantalón bajo vientre y camisa de manga corta con bolígrafo asomando por el bolsillo. Ella fuertota (jaquetona se dice en mi tierra) paso y medio por delante de él. Vestida de blanco y bien peinada, quizás sin cumplir los setenta. Los ojos pintados de azul clarito y los labios de rosa escandaloso. Un matrimonio típico saliendo de la Farmacia.
El hombre, que no sé si ve bien de cerca pero que de lejos tenía vista de águila, mientras andaba me ha hecho un TAC, una radiografía y hasta un angiograma. No le ha quedado un rincón de mí sin observar minuciosamente. Al cruzarnos ha debido mirarme la retaguardia porque lo siguiente que he oído ha sido a su mujer decir en un andaluz contundente: «tanto mirá, tanto mirá, y te va a caé, ¡viejo verde!». Entonces me he vuelto justo a tiempo de ver como, tipo anaconda, la señora se revolvía y le pegaba un pellizco en el brazo al pobre caballero que se pensaba a salvo por ir paso y medio más atrás.
A mí, que me estaba molestando la miradita del señor, me ha dado la risa. No lo he podido evitar y eso que todos los repartidores y los clientes de los cafés de la zona estaban ya intentando saber qué había sucedido después de las voces de la buena mujer y a mí me gusta pasar desapercibida. El buen hombre al final ha perdido toda su dignidad delante de tanto público tras el pellizco y se ha azorado bastante. Le ha faltado reprise.
Mientras seguía le camino no dejaba de pensar que quizás llevaran treinta años casados, puede que más, pero todavía quedaba orgullo ahí, posesión y celos. Eso, en el fondo es muy bonito, muy tierno. La supongo todavía rumiando en su interior «¡Qué se había creído él, ya dijo el cura hasta que la muerte nos separe, viejo verde!»
¡No se puede ser tan guapa..y esa melenaza, claaaro!
Jajajajaja yo creo que el pobre se envalentonó!