Ahora mismo se puede ver a la derecha, aunque puede cambiar pronto, una foto de mi cuenta de Instagram de un libro. De un tiempo a esta parte he fotografiado lo que me iba leyendo para compartirlo y por poner algo de literatura en ese mundo virtual comestible que es esa red social. El libro en cuestión es «El asesino de la carretera» de James Ellroy. Si se comprueba la fecha de la foto se puede ver que hace demasiado tiempo que la puse, son muchos días para un libro de lectura fácil. Lo sé.
Mi gusto literario es tan ecléctico como yo misma, sin embargo la literatura policíaca o de misterio ha sido una constante entre mis lecturas, sobre todo si hablo del verano. No ha faltado una tarde de siesta sin un Agatha Christie que llevarme a la mano, sin un Anne Perry para la noche calurosa o algún desafío patrio como puede ser el detective Víctor Ros por poner ejemplos así a vuela pluma.
Los forenses, policías, detectives, criminales, mafiosos sin escrúpulos, ladrones y asesinos han sido mi pareja de baile desde hace mucho tiempo, ni me acuerdo, y siempre me gusta que ganen los buenos, que no siempre están en el bando preestablecido. En el fondo, y en las formas, soy una sentimental.
También veo ese tipo de literatura en series de ficción, sin embargo evito ver películas de libros que ya he consumido y sobre todo si me han gustado mucho o las he leído muchas veces. No quiero ni recordar el trauma que me supuso ver a un Hércules Poirot que no se parecía nada al afamado detective belga que tantas tardes había sido mi interlocutor en mi imaginación.
Yo los libros los imagino, los hago parte de mi realidad, conforman -durante el tiempo de lectura, y a veces un poco más- mi mundo más cercano. A veces el autor se empeña en decirme que el protagonista es corto de estatura, pero a mí en ese momento me apetece imaginar que es alto y por más veces que los renglones se empeñen en demostrarme que es bajito no cambio de idea, ni siquiera el autor puede mandar en mí.
Pues este libro me está ganando. Llevo la mitad del libro y ya he tenido pesadillas. Me despierta, me desvela. Durante el día me sorprendo pensando en la maldad intrínseca que hay en el personaje. Me asusta. No quiero dejar de leerlo porque creo que no debo dejarme influenciar tanto, quizá haya algo de orgullo, pero las descripciones son tan gráficas que el pánico se apodera de mí.
El protagonista es un psicópata, uno más, y hasta donde llevo leído es un diario de su vida. Si sus crímenes están perfectamente diseñados o no, es lo de menos; si la sangre es demasiado explícita, no es el problema. La maldad que destila su mente, la psique que dirían los cursis, es lo que me aterra.
Me asusta porque lo veo factible, hay gente que es mala en el mundo, que mata por matar, sin más ideales, sin necesidad de empujones previos, sin que le obligue ninguna otra persona o fin. Existen mentes enfermas y crueles, seres sin compasión ni empatía por los demás. Nada me produce más terror y este libro lo detalla perfectamente, tanto que me cuesta creer que el autor tiene todas sus conexiones neuronales dignas de pasar la ITV psiquiátrica.
Es probable que el libro pueda conmigo. Reconozco que tampoco me apetece sufrir por sufrir. Por lo pronto está ahí, mirándome en mi mesita de noche, recordándome lo frágil que es la vida y lo fácil que puede llegar a ser matar.