«Demasiado pronto para los Who/ demasiado tarde para los Jam» cantaba Loquillo cuando su banda eran Los Trogloditas, era 1985 y yo todavía pisaba la egebé de colegio de niñas buenas. Cuando conocí el disco -vinilo, of course- a mil y pico kilómetros de las Ramblas, puede que tuviera catorce o quince dulces y antológicos años, pero yo seguía llevando falda de cuadros, calcetines y la diferencia, quizás, es que era entonces un poco menos buena.
Puede que ese fuera el inicio de rebuscar en la música, lo hice de espaldas a la tendencia que marcaban las emisoras comerciales. Aunque reconozco que siempre estuve pendiente de la novedad musical que nos guiaba, por entonces, un despeinado Joaquín Luqui. Llegobincluso a confesar que algunas cosas podían ser de mi agrado e incluso a partir de una de esas emisoras pude conocer, en un paisaje menos popular, a un Carlos Segarra con pelo y lejos del Mediterráneo del 88. La verdad es que ya era lo suficientemente rara así que intenté, entonces, fundirme con el paisaje como técnica camaleónica de supervivencia social. Lo sigo haciendo.
Buceando hacia atrás descubrí que casi todo lo que había allí era bueno, como en el Génesis. Mi oído acostumbró a mis pies al Rhythm and Blues. Y una de las cuerdas que usaba para saltar de niña, se convirtió en mi pareja de baile atado a los pies de mi cama, o al cabecero, que estaba más alto y así podía pasar mejor por debajo. Tampoco había que comprometer todos los bailes con el mismo. Llamadme promiscua si queréis. Quise tener una mesa en el Cotton Club.
Después, o quizás fuera a la vez, vino el amor incondicional, fiel y eterno a Elvis. Ese durará como en el subtítulo de Ghost, más allá del amor. Y si en mi adolescencia el «Jailhouse Rock » hubiera sido mi tono de móvil, si entonces las niñas menos buenas estuviéramos localizadas por tan demoníaco aparato; con la edad encontré al Elvis Aarón, que dirían algunos, más maduro. Me gustan hasta sus películas, que me las vi todas en un ciclo que puso La2, cuando se llamaba la segunda y había algo más que elefantes y cine español o iraní. Aún deben dar vueltas por ahí las cintas VHS con mis grabaciones domésticas.
Con la distancia de los años valoro que se abriera por fin en mi ciudad una tienda de discos, Discos Grammy que tenía bolsas de plástico tamaño LP, de color naranja histérico con letras negras. Cuando dejé de vivir allí las bolsas eran tamaño CD. Seguro que es un ahorro medioambiental o algo. Era un lugar donde comprábamos entradas, pósters para nuestro dormitorio adolescente y había más música de la que sonaba en los cuarenta principales. Así yo seguí mirando hacia atrás, al jazz, al soul, al góspel y necesité un marido negro que fuera pastor o reverendo de una iglesia del Bronx o de un pequeño pueblo que tuviera una comunidad donde se regalaran tartas de manzana o magdalenas de arándanos
También quise un camión para ser feliz y una Harley. Y sin perder los británicos modales, tomar un café en un local perdido de la ruta 66. Y gastarme todo su dinero en Las Vegas, sí he escrito bien, el dinero de otro, de casino en casino. Y ver al Rat Pack en todo su esplendor. Quise ser oficial del Ejército estadounidense durante la Segunda Guerra Mundial y llevar esos uniformes tan favorecedores. También hubiera estado bien ser una Pin up.
Navegué por un heavy muy edulcorado, como si los diferentes tuviéramos que unirnos sin remedio contra el avance de la música establecido. En realidad nos uníamos en los pocos locales fuera de la ley de mi ciudad pequeña, y hasta en otras más grandes… pero entonces ya era más mayor y conocía el psicobilly, el doo wop y bailaba hasta country con las botas adecuadas, que también siguen por ahí con los pettitcoat y las faldas de vuelo.
La falda de cuadros me la quité a los diecisiete años y a ratos la echo de menos, tanto como entonces la odiaba. También desaparecieron los petticoat y las botas aunque en mi ropa de persona difuminada en la sociedad se puedan encontrar muchos detalles de mi yo de entonces, que era el yo que hubiera querido ser en otros sitios, en otros años. Comprendí pronto que era demasiado tarde para mí y entendí a Loquillo.