Creo haber leído varios capítulos en distintos libros que lo confirmaban. La literatura como reducto de la imaginación y la constatación de los hechos es base para crear opinión, de eso no hay duda. Me consta que varios articulistas de sesudas columnas deslizaban, en metáforas y comparativas, elementos que lo atestiguaban. Diversas películas sin la categoría de penúltima letra del abecedario así lo establecían. Con tantas señales se podría dar como una verdad a duras penas negociable.
Pues yo voy contra el poder establecido, contra la razón destilada de la tradición y las letras. Es más, voy a ir contra el boca a boca, contra la frase hecha. Me enfrento al refranero español. Puede que con esto me haga un harakiri social, no lo sé, pero no puedo callar más tiempo. El calor y el amor (incluyendo su dosis amplia de carnalidad) no son buenos compañeros de cama, nunca mejor dicho.
Cuando atiza el Lorenzo como la española cuando besa, es decir, de verdad, sin medias tintas, es imposible querer que nadie esté pegado a ti o abrazándote porque desde la individualidad sólo quieres arrancarte la piel a tiras a ver si así hace más fresquito. Cuando los cuarenta grados dejan de ser algo lejano en el horizonte y los ves pasar cual mojón de carretera, algo parecido al mal humor se encalla en ti y sólo a los cuarenta y siete al sol -esto es experiencia personal- entra algo parecido a una enajenación transitoria en la que da por reír. También dicen que da por llorar y yo creo que hasta podría sacar a relucir instintos asesinos (de esto no tengo experiencia vital para contrarrestar, obvio).
Estoy partiendo de la tradición, la que no tenía aire acondicionado. Hay que recordar que como mucho, y partiendo de un alto poder adquisitivo, no se pudo conseguir un ventilador hasta los inicios del siglo XX. Con aire acondicionado el verano es primavera, sólo hay que asumir el coste de la factura y que eso no te deprima tanto que te deje sin ganas de amar y ser amado. Incluso con un buen ventilador no hay excusa para el placer.
Los pasajes y escenas de amantes subyugados por la gota de sudor deslizándose de manera insinuante por el escote femenino, el jadeo provocado por la falta de respiración debido a la bocanada de aire infernal, la camisa empapada en un hombre (fornido o no), el espeso calor de la sobremesa estival, la noche en vela con los termómetros disparados, las altas temperaturas… Todo eso como paso previo al calor interno es simplemente FALSO.
Sin medios automáticos de por medio para una noche tórrida lo que hace falta es que no haga demasiado calor, si el termómetro indica una cifra que sobrepasa lo que llaman el umbral del sueño, lo normal es que te entre el pánico de pensar en otra persona sobre ti. La sola evocación de una mano que se posa sobre tu cuerpo asfixiado aterra como Hannibal Lecter. No exagero. Yo me imagino un abrazo a cuarenta y dos grados y la verdad es que sólo lo aceptaría si fuera para apuñalar por la espalda, y yo que soy de firmes principios, sólo mataría de frente, no voy a quedar al final por asesina y por cobarde. Y diría más, creo que una ola de calor y un abrazo pueden ser considerados eximentes de responsabilidad frente a todos los cargos.
También es cierto que la desnudez a doce grados bajo cero no es algo que se preste a imaginarlo como un placer, pero al menos un cuerpo amigo siempre será algo que de calor y por tanto será bienvenido. De ahí que no comprenda porque «para hacer bien el amor hay que venir al sur» que cantaba la siempre rubísima Rafaella, salvo que el mes de infierno subconjunto de los tres de verano sea excluido de tan pasional sentencia. Comprendo que es echar tierra sobre mi propio tejado.
Admito que mi teoría revoluciona los cimientos de la civilización y la tradición. Sé que me pueden tachar de transgresora e incluso los puristas pueden verme como el enemigo número uno, pero yo, que prefiero el sol antes que la lluvia, el buen tiempo antes que el invierno, no puedo dejar de negar lo que aquí expongo. A temperaturas infernales…las carnalidades…de lejos.