EL SUEÑO (II)

Pocas cosas pueden evitarse más que un «luego te cuento». Si entre que se dice esa frase y se da la ocasión de poder contar eso que se mantuvo en suspenso, se plantea alguien la posibilidad de arrepentirse, desde ahora, es bueno conocer un gran secreto: es imposible. Una vez que se da la primicia, el avance, el heading ya no se puede volver atrás. Hay que confesar, la verdad o no, eso depende de la capacidad de cada uno de ser convincente en la mentira.

Delante del desayuno la pregunta era inevitable: ¿qué tienes que contarme? Por un momento sintió algo de vergüenza, pudor, era íntimo, su historia, su sueño, se había regodeado en algo que no existía. Pero también quería darle voz, que formara parte del mundo real aunque fuera a base de palabras. Se decidió por contar la verdad.

«Verás, es una tontería, en el fondo. Es que he soñado una cosa muy bonita. Bueno, no sé si es bonita o sólo me ha gustado soñarla, y me he quedado tan extasiada recordándolo que se me ha hecho tarde. Así, como te lo cuento. Perdí el bus y ya si tengo que coger el siguiente, me atraso.

He soñado que iba de viaje a Barcelona, ya sabes, como nos mandan a veces, pero algo de última hora que me hizo correr más de lo normal. Los vuelos estaban completos, así que volaba directo hasta allí pero tenía que volver vía Madrid y desde allí en AVE, algo rarísimo. Tenía que hacer noche en Barcelona, que sabes que lo odio, y no sé que pasaba que al final tenía que reservar yo el hotel y me decían que luego me lo pagarían con la factura, que diera el CIF de la empresa. Ya ves, como si alguna vez se fiaran de nosotras.

El caso es que llegaba a Barcelona y nada más bajar del avión y cuando me iba corriendo a buscar un taxi para ir al hotel, una señora, sin venir a cuento, sin mediar palabra, me daba una torta que me cruzaba la cara y me rompía el labio y yo suponía que el tímpano. Además ella gritaba cosas sin sentido para mí. Llegaba la policía del aeropuerto y me decían que sí, que tenía razón para estar desorientada, que me curarían sin falta, pero que por favor no denunciara a la señora. Por lo visto era una loca de confianza. Yo perpleja.

Me iba aun conmocionada y medio sorda al hotel, sintiendo la humedad pegajosa en la piel, y durante el trayecto pensé que sólo quería volver a casa. No quería estar allí. Quería estar en mi cama, rodeada de mi normalidad, huyendo de locos a los que no se podía ni denunciar. Llamé a la oficina y dije que no iba, que lo lamentaba mucho pero que no pensaba ir a trabajar, que se enfadaran, me sancionaran, pero que me volvía a casa. ¡Imagínate! Me hubieran despedido del tirón.

Cuando llegué al hotel iba a decirle al taxista que nos íbamos, pero me entró el pánico de que cargaran en mi tarjeta esa noche de hotel. Sería la estocada final de mi cuenta corriente. Así que me veía suplicando que por favor no me hicieran el cobro, que tenían razón, pero que había tenido un accidente. Lo conseguí con dificultad y volví al aeropuerto a llorar en otra ventanilla. Ahora sólo quería un vuelo con el que irme a casa. Lo pedí todo, estaba dispuesta a volar vía Estocolmo, lo que fuera, pero quería salir de allí con la loca aún merodeando. Finalmente conseguí un vuelo que llegaba de noche, muy tarde, a Madrid.

Lo curioso es que nadie de la oficina me llamaba, ni me pedía explicaciones. Yo sólo lloraba. Que digo yo que tampoco era para tanto, pero a mí me sentaba como lo peor. Me asustaba llegar a Madrid y quedarme sola, la noche sería eterna. Miraba y remiraba mi agenda de teléfonos sin saber a quien llamar. Quien no tenía familia, estaba fuera, quien no me daba vergüenza, pero al final me decidía por llamar a un amigo encantador. No me fallaría, pero me daba reparo molestarle.

Luego yo ya estaba con mi maleta en su puerta. Avergonzada y con una botella de bourbon. A punto de irme. Me había hecho la cena. Se le veía cansado del día de trabajo y me dio mucho más apuro molestarle. Me dejé cuidar. Me empujó a la ducha mientras él terminaba la cena, dijo. Tuve que pedirle una camiseta porque yo duermo sin pijama cuando salgo fuera, hace siempre demasiado calor en las habitaciones de hotel. Me dejó una enorme, negra, con las mangas cortadas. Me vi en el espejo tras la ducha y faltó poco para atrincherarme y no salir de allí. El labio hinchado, los ojos secos de lágrimas, la camiseta enorme y descalza.

Le hice jurar que yo dormiría en el sofá y él sonrió como lo hacen los señores cuando te niegan retroceder siquiera levemente de sus principios. Después de cenar nos bebimos el bourbon a morro mientras él seleccionaba música impresionante, la mayoría desconocida para  mí. Mi drama se esfumó entre vapores etílicos y reía como hacía mucho. Yo creo que dormida y toda me estuve riendo porque sentía ese agotador cansancio que da la carcajada continua. Me daba mala conciencia porque era muy tarde, él trabajaba al día siguiente y yo no podía perder el tren, aunque ya no era tan importante.

El bourbon me picaba en la herida y se acercó a mirar el alcance. Ni que decir tiene que nadie durmió en el sofá. Todavía me sorprendo, te lo prometo, qué osado mi subconsciente. A ver, no sé ni por qué he soñado con él, ni así. Pero me ha gustado. Lo que no me gustaba nada era tener que despertar, ni en el sueño ni de verdad. En el sueño él preparaba café y ha sido cuando ha sonado el móvil avisando de que ya era la hora.

Un hombre, aunque sea en sueños, que te hace café por la mañana después de una noche distinta no deja de ser un recuerdo memorable. ¿Cómo no iba a llegar tarde a trabajar?»

 

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