GOTAS SALADAS

Creo haber dicho más de una vez -si me repito mucho como una adorable y glamourosa anciana a la que nadie contradice, háganmelo saber con delicadeza, por favor, que soy un alma sensible- que el verano es el momento en el que me pongo al día en las lecturas atrasadas durante el resto del año. Unos años soy más diligente que otros. Que disfruto relajadamente de la playa y que el lujo para mí es tener libros, espacio y viajar.

Entrar en la dinámica del verano me produce diversas sensaciones y reflexiones. Nada sesudo. Es más, creo que una de las primeras reflexiones que tengo (sin ser consciente de tenerla) es que no quiero pensar. A amigos y conocidos les recomiendo que no piensen demasiado, un poco sí, pero no demasiado. Frenar los instintos, los impulsos y las intuiciones lo considero un error en condiciones generales.

Durante el tiempo de descanso la ley de «no pensar» la llevo a rajatabla, como un mantra. Se me acerca una preocupación y como no son buena compañía, me esfuerzo por evitarla y huyo como de una fiesta de jubilados en Benidorm.

Pero hay pequeñas cosas íntimas que sí que me planteo porque saltan a la vista: por un lado me pregunto cómo puedo dormir tan poco durante el resto de los meses y soy, sin embargo, capaz de dormir mucho más durante las vacaciones. Las siestas son como comas inducidos. Y duermo en la felicidad del relente marítimo que mece la cortina del dormitorio.

Mi dieta se relaja y mis complejos físicos (los bikinis o trajes de baño son armas de doble filo en cuerpos imperfectos) se acrecientan; conclusión bipolaridad placer/remordimiento. Este año he acuñado la expresión «cuerposcombro» para definirme, pero sigo sin decirle que no a una caña con una tapa. Este año no me castigo.

Y sobre todo me lleno de ideas para escribir que quedan como escondidas detrás de los cajones, como esa camiseta traviesa que acabas pensando que se ha comido la lavadora. Esas notas mentales – éstas no las escribo- se quedan esperando a salir en cualquier día de lluvia, a una tarde de música, o una mañana de silencio escolar. Las sensaciones se guardan, las he percibido de manera directa o indirecta, pero están ahí o en eso confío.

La última reflexión light tiene mucho que ver con estas gotas saladas. Casi toda la culpa de que no esté por aquí es porque me centro en la familia, los amigos y el descanso, y pese a que pueden olvidarse de mí, creo que no está de mal darles a ustedes descanso de mí misma en estado acuoso. Como también me dedico a aprender a base de leer a grandes (asumo con plenitud aquel consejo de «lee, coño, lee»), me voy sintiendo muy pequeñita, me intimidan desde sus tipográficas letras. Pero supongo que cuando vuelva la rutina, será como montar en las veraniegas bicicletas, que nunca se olvida a montar en ellas…

 

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