Ruego léase el título de este texto con la música del incombustible Rosendo, rebusquen en su memoria, en el iPod o en las listas de Spotify, si todo eso falla, busquen en YouTube, el himno ochentero que nacía en la voz del vocalista de Leño: «Maneras de vivir». Rosendo es ese hombre poco agraciado, de gran cabellera, que ha hecho del rock español dos o tres pisos de la tarta que lo forman. No es que tenga que ver con lo que quisiera exponer -con cierto acierto y gracejo- renglones más abajo, es que así suena en mi cabeza y, ya puestos, partamos todos de la misma base. Canten conmigo…¡maneras de escribir!
Como a la hora de elegir a los amigos, a los de verdad, a los que son pocos pero valientes, nuestra biblioteca personal se basa en afinidades y gustos. Siempre hay eslabones perdidos, libros a los que se le dio la oportunidad y sin embargo no dieron la talla según nuestro baremos subjetivo. Esos son los que ocupan el final de los estantes, las baldas de abajo, y los recónditos ángulos muertos de la estantería. Están casi nuevos. Tengo que reconocer que tengo varios. Me da mucho coraje equivocarme con un libro, tanto o más que con una persona.
Los libros hablan de los autores. Quizás con cierto disimulo nos forjan la idea de otra persona distinta, el escritor se esconde del público, no quiere dejar su impronta, pero leyendo entre líneas, aparece la verdadera personalidad del autor. Y ese autor se convierte en un amigo desconocido con el que puedes discrepar y tener opiniones distintas, pero que adoras. Me ha sucedido mientras me bebía el último de Lorenzo Silva, «Los cuerpos extraños». Silva es un autor del que me leo -sí o sí- todo lo que saque de Vila y Chamorro (algún día explicaré la razón). Pues bien, antes del tercer capítulo, el autor al que considero un novelista ágil, se había marcado un speech literario contra los bancos, la crisis y los políticos por boca de su Bevilacqua semejante al que puede dejar en ciento cuarenta caracteres en su tuiter, o con algunos más, en sus artículos periodísticos.
Ahora me enfrento a un autor que me desorienta, leo «El enredo de la bolsa y la vida» que no sé por qué se me traspapeló en su momento y pasó a la estantería sin que yo lo leyera. Eduardo Mendoza, el autor que lo firma, es absolutamente bipolar a través de sus libros, y espero que no lea esto, y si lo hace que no se enfade conmigo, pero no consigo leerme sus libros «serios». A ellos que llegué dándole la oportunidad por la fe que tenía en el autor, y sin embargo me ha sido imposible, ni con «La verdad del caso Savolta» ni con «Riña de gatos» -que son con los que lo he intentado- he conseguido enamorarme de ese perfil cabal del autor. Cuando me leí «Sin noticias de Gurb», hace muchísimo tiempo, decidí que no podía haber nada más genial. Es un estilo entre la locura y la perfección lingüística tan único que no he conseguido encontrar en otro autor semejante. Hay que ser un genio para usar esos arcaísmos y que a la vez quede una literatura tan fluida. Y hay que ser aún más genio para que sea la cuarta entrega de un detective al que aún no le ha puesto nombre.
Sé que muchos considerarán un contrasentido que otro de mis autores favoritos (que son de los que tengo casi todos sus libros) sea Arturo Pérez- Reverte. Con él me ha sucedido algo triste, para mí lo ha sido y lo escribo con total sinceridad. Igual que cuando te sientes desilusionado por un amor o un amigo, yo he sufrido -y no sin cierto dolor- un desapego por el autor y por extensión por sus libros. Tal ha sido el divorcio que no tengo el último, es el que me falta. En 1990 me leí «La Tabla de Flandes», yo tenía catorce años y me quedé impresionada por el libro, sin saber nada de ajedrez. Me leí rápidamente los dos libros anteriores que tenía y me hice fija en todas sus novedades editoriales y periodísticas. Pero llegó tuiter y me mostró alguien que no tenía nada que ver con lo que yo había adivinado (mal) por sus libros, entrevistas y artículos. Fallo garrafal veinticuatro años más tarde.
A Alvite le tengo la devoción de la empleada eficaz. No puedo negar que me encanta lo que escribe, no todo, que la pasión no nubla el conocimiento, aunque prácticamente la totalidad, sin enmiendas. El estilo negro, descreído, audaz y sin censura es algo que tengo que admirar de quien de cada línea hace nacer una metáfora. Lo he leído con la lupa de aspirar a un trabajo bien hecho, pero también lo he desmenuzado con cubiertos de pescado por gusto y pasión lectora. Lo conozco tanto que ahora adivino el final de las frases aunque las escribiera hace veinte años.
Alvite forma parte de un género que me tiene algo perpleja porque nadie ha estudiado su por qué y yo no sé si estoy capacitada para hacerlo. Es el género del periodista gallego que se introduce en la literatura o que incluso hace de sus columnas periodísticas una fusión literaria a la par que rebosante de actualidad. Es un estilo mordaz, con retranca, serio y formal que sin embargo resulta divertido (a veces hasta llegar a la carcajada). Casi siempre pesimista y con algo de morriña, pero a la vez con cierta luz entre la oscuridad. Son brillantes. No sé si es porque en Galicia suceden muchas cosas noticiables o justo por todo lo contrario, que pasan pocas y se puede uno permitir el lujo de adornar con excelente literatura lo que se escribe. Igual es cosa del adn gallego o del agua que beben, pero entre José Luis, Jabois y mi última adquisición, Tallón, empiezo a pensar que algo pasa en ese corner de España y debería ser analizado (ya sé que hay más: Ónega (el de antes, más que el de ahora), Cunqueiro, Camba, y muchos más, que no se me enfade nadie).
También soy acérrima seguidora de Ruiz-Zafón, al que echo de menos con líneas nuevas. (¿Falta mucho?) Tanto su literatura adulta como la juvenil son una delicia a la que recurro en ocasiones, cuando la nostalgia -como ahora- se hace patente por su ausencia y la devoro si hay novedad editorial. De él me gusta hasta el dragón con el que firma ahora sus libros. «Marina» es mi refugio entre mariposas, mis lágrimas adolescentes desde casi la cuarentena. Y esto ha sido toda una confesión.
He leído mucho a García-Márquez, a Isabel Allende, ambos son un lujo de la escritura de palabras transoceánicas que suenan aún más bonitas a este otra orilla del charco. Y si le unen un poco de leyendas y del realismo mágico del que tanto se habla, y pocos conocen, mejor. «Cien años de soledad» y «La casa de los espíritus», cada uno en su estilo, salvando las distancias, son dos libros que recuerdo perfectamente, línea a línea, y eso con mi débil memoria es muy significativo.
No hay duda que no hay vacaciones para mí si no devoro los Agatha Cristhie, «La casa de la Troya», las tiras de Mafalda, al Jevees de Wodehouse y un buen puñado de Anne Perry y/o Terry Pratchett – y los Harry Potter, si hay tiempo-. Reconozco que «Los Tres Mosqueteros» es recurrente entre mis lecturas y que no he conseguido apasionarme por María Dueñas ni por la ciencia ficción (mea culpa).
Pero por encima de todos, un escaloncito más arriba, sin duda, siempre estará Delibes. Nadie más grande que él. Ninguna palabra mejor escrita, hasta las comas saben diferentes si nacieron de la mano (porque era de la mano) de Don Miguel. Mi libro favorito fue el primero que leí, «El Camino», con Daniel el Mochuelo y ese mundo infantil tan adulto. El resto también, pero de todos mis libros (y en casa es el único tesoro que hay, nuestra biblioteca) el más releído, el más manoseado, el que más veces ha dormido a mi lado, es «El Camino».
Creo que no tengo más autores amigos, de esos con los que me tomaría un café, sobre todo si están vivos, pero sí tengo más libros fetiche. El problema es que me está quedando un texto tan largo que parece que intento hacer méritos para que se fijen en mí los de Jot Down y no es el caso. Ya lo iré contando…
Qué maravilla doña Rocío arrancándose por jotdouns.
Ya casi no leo literatura así que no la sigo en su persecución de novedades. Me ha sorprendido su «problema» con APR. El APR de twitter es exactamente igual al APR con el que yo he tratado por motivos profesionales (y lo digo para bien, es el tipo más cabal con el que me he encontrado en más de 25 años de vida profesional). No me he leído sus últimas cosas (creo que lo dejé en «Trafalgar», pero más por mi culpa que por la suya).
El resto de la jotdaunada se la compro casi entera, sobre todo lo de Delibes. Para mí, la perfección en la expresión escrita, ni sobra ni falta nada en lo formal con un fondo gigantesco.
El problema ha sido las interacciones que he leído de APR, déspota y prepotente con otras ideas que no le insultaban ni menospreciaban las suyas.
Me llamó la atención porque lo tenía por una persona mucho más abierta, aunque inflexible.
La desilusión por un marido infiel o la traición de una amistad, no me duele tanto, se lo aseguro.
¿Cabal? no lo niego, pero esas formas me destrozaron el mito…