Anoche, en un duermevela casi de trance por peyote, pensé lo que iba a escribir hoy. Fue una pequeña revelación, hay días que llega más temprano y días que me enfrento a esta página a las diez de la mañana del día de autos, sin saber ni que decir. Pero anoche, tapada en mi cama y girada para el lado correspondiente, pensando lo que tendría que hacer hoy, decidí que rumbo tendrían mis letras para quedar juntas (o juntadas).
He de decir, que entre mis múltiples e inofensivas manías (quien dice manías, dice dulces peculiaridades) está la de tener un ritual para por fin caer dormida que, si no cumplo, no me permite conciliar el sueño. A saber, primero me pongo de lado, con el hombro derecho tocando el colchón, es el momento en el que el sueño llega y la consciencia me va abandonando. Después paso otro ratito boca abajo, en esta postura estoy realmente incómoda, pero tengo que estar un tiempo así, cuando estaba en los últimos meses de embarazo era una odisea. Y ya por fin, cara a la pared, me pongo del perfil contrario, con el lado izquierdo posado en el confortable colchón, y sólo entonces, tras pasar por todas las posturas (es como hacer la croqueta en tres tiempos) consigo dormir. Y toda la vida igual, incluso para llegar a la última posición doy un pequeño saltito desde la horizontalidad. Así desde que me recuerdo.
Esta mañana acudía presta y rauda, con mi idea latente en el subconsciente, cuando he oído que llovía. No lo podía creer y sin embargo así era. Me asomé a la ventana para confirmar con mis ojos lo que el agradable olor a tierra mojada, que estaba dentro de mi casa, me anunciaba. Llegaba un perfume que me trasladó a mis trece años cuando el jardín de la casa donde vivía entonces, mojado de lluvia de vacaciones, me traía al salir al balcón un bucólico panorama de flores engalanadas de gotas. La lluvia en verano huele distinto. Rápidamente recordé que era la feria de la tierra que me vio crecer, antes siempre llovía un día, en la madrugada había una noche en la que las gotas de rocío eran más que eso y la risa entre farolillos estaba asegurada. A veces esas gotas pillaban en la playa…es una sensación fantástica bañarse en el mar, con calor, y con la lluvia añadiéndose a humedecer el cuerpo.
Así que ahora, con un día gris tan tenue que es blanco, me siento extraña escribiendo de lo que iba a escribir. La lluvia en verano en el sur es tan extraña que constituye, por sí misma, una noticia de relevancia suficiente como para cambiar todos los planes. Y como para traer un puñado de recuerdos de adolescencia que me hacen sonreír y hasta emocionarme un poquito.
Me entran ganas de volver a la cama, no a dormir tras mi ritual, si no a quedarme a escuchar como cae la lluvia, pero no puede ser, el mundo adulto no es tan divertido. No hay tiempo para disfrutar de otro de los placeres que la adolescencia me permitía en ocasiones durante el verano, aunque no lloviese, desayunar y volverme a la cama a leer…