Sube ella, despacio, como cansada, arrastrando los pies por las escaleras y comienza a colgar la colada que la tuvo entretenida toda la mañana. Por último, estira su sábana blanca ya limpia y antes sudada en el lecho conyugal.
Sabe que él ya está allí, lo nota en su piel erizada por el viento ausente. Deseos pacientes.
Escondidos. Huyendo de las miradas y las voces que susurran en voz alta.
Silencios. No les hace falta hablar, no hacen -no deben hacer- el más mínimo ruido.
Amor prohibido al calor de un sol tardío en la azotea.
Besos de lencería.