MAL DE MUCHOS, EPIDEMIA

El refranero suele ser certero y el saber popular, del que soy una ferviente seguidora, tampoco falla. Hay quien odia los refranes y sin embargo muere de amor frente a una frase de Cohelo, lo respeto, no me queda otra, pero no puedo comprenderlo. El refrán es la condensación de la sabiduría desde tiempos inmemoriales, es la conclusión de la observación (ensayo/error) desde la paciencia que tenían las generaciones anteriores, las del reposo y el cansancio laboral. Ahora se llama estrés, que no es lo mismo acabar molido de picar terruños en el campo, que sentirse coaccionado por un compañero. No sé si me explico…

El refranero tiene un «a la vejez, viruelas» que es muy pero que  muy descriptivo con esas personas que estiran tanto la juventud que acaban siendo un joven de cincuenta años, o de sesenta. Más de uno en vez de comprarse el cochazo (creo que es de las cosas que menos me impresionan) y ponerse en evidencia con ciertas conductas, debería -puestos a- tatuarse el consabido refrán, aunque sea en élfico para molar más.

También soy muy partidaria de «quien tuvo, retuvo, y guardó para la vejez» aunque no sé si se le podría añadir un corolario. Me explico. Yo que soy de raza, de casta de mujeres valientes y de genio intenso, con la edad me voy dulcificando y me voy volviendo más tolerante y más silenciosa. Poco a poco voy aprendiendo a mirar más y hablar menos. La enseñanza al observar que para eso Dios me dio ojos grandes y El Corte Inglés plazos para pagar las lentillas.

Me he dado cuenta que hay personas con las que no se puede hablar y es mejor guardar un prudente silencio. Están las que no entienden la conversación sin la confrontación agresiva, jamás apreciarán una idea contraria y le darán a alguien la oportunidad de exponer sus argumentos. He descubierto que amparados bajo la libertad de expresión, personas que se dicen tolerantes, aplastan ideas y sentimientos ajenos. Comprendí -en esto tardé años- que hay personas que no quieren ser ayudadas y que piden consejo sólo para tener un pie de conversación, como en el teatro, y así tener donde descargar unas frustraciones que en el fondo no quieren superar: personas que necesitan escucharse, tener un público, declamar sus penas en voz alta. 

También, y es mi última adquisición a mi experiencia personal, he observado que hay personas que van demostrándote, paso a paso, -día a día, señor (Rambo)- lo distintos que son de ti. Mi apreciación, en primera persona y observando a los demás, es que son como aquellas señoras de clase muy alta que, llenas de joyas, hacen fiestas para recaudar fondos para esos pobres a los que jamás han visto y por supuesto, ni se acercan. La altivez de quien, considerándose superior, de vez en cuando, te «regala» el privilegio de dirigirte la palabra, pero dejando patente las diferencias con pequeños detalles: unas palabras en otro idioma, un tecnicismo, una referencia a un punto que jamás será un punto en común… Está el ejemplo de quien escucha música clásica y sólo por eso se considera superior a quien sigue la liga de fútbol o el Mundial, como si ser futbolero te dejara sordo e incapaz de apreciar la belleza de una melodía, o se te atrofiara las entendederas frente a un buen libro o una bella película. A estas personas en otro punto de mi vida les habría afeado su conducta o le habría rebatido su superioridad, sin embargo, ahora he comprendido que no merece la pena, y guardo silencio. Incluso en ocasiones, aprendo cosas. Será que como dice el saber popular, siempre ha habido clases…

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