REPORTAJES

Me apuesto las tres cuartas partes de Asia, como si me pertenecieran, a que por mucho que la sociedad española esté convulsa, y los de Podemos digan que la ropa no es más que casta y que nos oprime,  aunque tengamos una proclamación de Rey nuevo que tiene trazas de ser algo digno de mención y no por su esplendor precisamente -con una reina que va y un rey que pasa treinta pueblos-, incluso aunque en el PSOE estén pidiendo la vez como en la carnicería a ver quien es el último que se presenta a su congreso, diría más, hasta contando con que tenemos un Mundial -amañado- de fútbol, la prensa española no va a poder resistirse a sacar el reportaje de los niños en verano.

El de los niños en el verano es el que va justo detrás de cuánto cuesta hacer la Primera Comunión y las fiestas de fin de curso. El que va antes de si es más barato o más caro llevar uniforme y cuánto le cuesta a una familia media «la vuelta al cole». Ese reportaje, el de los horarios y los campamentos…¡sí, ese! Desde aquí declaro mi amor incondicional, mi fidelidad eterna, mi perseverancia y lealtad, al informativo que no repita la misma tontería un año tras otro.

Cuando los padres trabajan, nos dicen solícitos, puede un progenitor elegir las vacaciones en el mes de julio y el otro en el mes de agosto, pero qué hacer los últimos días de junio y los primeros de septiembre. ¡Oh, pardiez! Seguro que ninguna familia se lo plantea hasta que sale el reportaje en la televisión, seguro. Siempre igual, siempre lo mismo. Sale el pobre abuelo urbanita, el que vive en el pueblo, los campamentos de verano y los centros lúdicos donde los niños están felicísimos (o no).

Con toda la lógica, cada uno se apaña como puede y los que estamos desempleados, los que trabajan desde casa o lo que pueden optar a turnos, pues lo tienen más fácil. También es cierto que si yo quisiera, por ejemplo, mandar a mi hija a unos campamentos, a lo mejor no podría hacerlo porque falta un sueldo en casa y no me lo puedo permitir. Cada opción tiene sus ventajas y sus inconvenientes y por mucho que me lo muestren en todos y cada uno de los «telediarios», en todas sus ediciones, no voy a ser más o menos consciente.

Yo reconozco que estoy feliz ante la perspectiva de las vacaciones. Con todo aprobado con notas altas y sin tener que madrugar, no encuentro inconvenientes a priori. Ellas y yo empezamos a merecernos un descanso. A mí me gusta que mis hijas estén conmigo aunque ellas no me estén haciendo caso y estén a lo suyo, con la libertad adecuada que les corresponde por edad. Mi lado de gallinita se ve reconfortado y su lado de independencia se ve satisfecho.

No quiero que me digan, no obstante, que soy una privilegiada porque a mí me gustaría tener un puesto de trabajo, ya me apañaría con las vacaciones escolares, pero dentro de la desgracia del desempleo, me considero afortunada por poder estar con ellas y también por tener una madre que me acoge y que vive en la costa.

Lo único que pido, con toda la humildad que soy capaz, y aviso con tiempo, es que nos libren del puñetero publirreportaje de qué hacer con los niños en verano (también es reincidente el de las mascotas o el cómo hay que dejar nuestro hogar para que no entren los ladrones). Los que somos padres sabemos que como el anillo único, conlleva una gran responsabilidad, y los que no tienen hijos no les apetece ver otra vez semejante mamarrachez. Seguro.

 

 

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