Esta noche he debido tener fiebre. Antes de dormir, cual adorable anciana de pelo cano, rebusqué entre mi exigua y doméstica farmacia, y tomé un genérico contra la gripe y su sintomatología, no tanto porque estaba segura de que era lo más adecuado si no porque era lo que había. Esta blanquecina pastilla debió de actuar como antitérmico y las posibles décimas de fiebre desaparecieron, pero a cambio, he sufrido el sopor que causa tanto la febrícula como la desaparición de ésta.
He despertado como Eloise Kelly en Mogambo, acalorada y con la nuca húmeda. Me faltaba una carpa, algún gorila, Clark Gable y una rubia pesadita poniéndose por medio. Descentrada como en un país exótico y extranjerísimo, he conseguido sentarme en la cama, sin saber bien donde estaba y sin dominar el idioma local. No todo el mundo es como el capitán Trueno que, llegara donde llegara, siempre tenía la misma interjección: «¡Cáspita, este dialecto lo conozco yo!» Sin duda alguna nos debería llevar a la reflexión sobre la educación, porque la que recibió el morenazo capitán fue excelente, sobre todo en idiomas. Esa sí que era una generación preparada.
Después de doparme con el tratamiento experimental, por ser un experimento personal -a ver si funciona o no-, y dos cafés ardiendo más tarde, para intentar conseguir suavizar la lija que tengo en mi tráquea, me he dispuesto a apartar las nubes con las que me insultó el amanecer. Ahora he conseguido que el sol salga, al menos un poco, y algo de azul Simpson sí que se cuela por el cristal de mi ventana.
En principio, todo debería ir bien para poder escribir aquella idea que vi nítidamente ayer, pero que ya hoy he olvidado, esa con la que iba a redondear un texto brillante que me hiciera ser la anfitriona del año recibiendo visitas en esa casa. Pero se me ha perdido en el recuerdo, no debí apuntarlo y me veo incapaz de hacer esfuerzos por traerla al presente porque mi cabeza está acolchada, pero sin la excusa de una honrada resaca.
No sé si dedicarme al noble arte de procrastinar o a dejarme llevar por el sopor que produce el cansancio del cuerpo resentido, a ver si en el próximo arrebato de ensoñación, me encuentro todas las tareas que tengo pendientes para hoy terminadas, los problemas resueltos y el texto de las quince gotas, redondo y perfecto, digno de ser Trending Topic, y si no puede ser nada de eso, a ver si al menos despierto montada en una vespa, recorriendo a toda velocidad las calles en unas «Vacaciones en Roma».
Las fiebres de Violante. Contad si son catorce, y está hecho.