A estas alturas de mi vida, y no es que sea muy mayor permítanme la coquetería-, sigo encontrando retos. Soy Rocky Balboa subiendo las escaleras, peldaño a peldaño, hasta contemplar las vistas de Filadelfia, pero sin sudar, que la transpiración es un asco.
Cuando ya he superado la lucha con la báscula, siendo yo una clara vencedora, todo hay que decirlo, no sin arduo esfuerzo, sufrimiento y tesón; después de aceptar que las pecas no son algo de lo que avergonzarme y que las arrugas de reírme son mucho mejores que las de estar enfurruñada y ninguna de ellas, en todo caso, son un drama existencial, me hice una promesa.
Mi promesa era tan fácil como complicada: superaría la real lucha de clases, que nadie piense que el mundo se mueve por el tira y afloja de ricos y pobres, la que de verdad es un lucha digna de cuadrilátero es la de rubias versus morenas. Puede parecer tarea baladí superar este reto, pero no lo es. Desde mi más tierna infancia sufro mobbing por ser morena. Igual es bulling, no termino de acertar con los términos estos. «Blondding» puede que sea la palabra que busco .
Las rubias estaban asociadas a niñas buenas, cuasi santas, achuchables. Niñas rubitas, -con el diminutivo de la adorabilidad-, eran las de diez en comportamiento. Ellas eran las hijas ejemplares. Tanta era la presión que tenía que fui capaz de fijarme que de todas las princesas de los cuentos, sólo una es morena, Blancanieves. Ni que decir tiene que era -es- mi referente monárquico favorito (y único). Las demás hijas de reyes eran rubias como el sol, o como el trigo, o como las candelas, me da igual, algún epíteto o metáfora barroca se les ocurría para establecer el cabello rubio como una cualidad más de bondad infinita. Eso es acoso, maltrato psicológico capilar.
Yo incluso fui rubia durante un tiempo, decolorantes de por medio, pero tengo que reconocer que no sentí ningún rayo que me llenara de bondad, no hubo un cataclismo en mis conductas y pensamientos, fue una estafa. Tampoco me volví más tonta. Respecto a lo de las rubias tontas yo tengo una teoría: se dice que las rubias son tontas porque en el fondo es el paso que surge espontáneo con el tiempo, el cauce natural que se da desde la bondad. Ya lo dice el saber popular, «es tan buena, que es tonta». Ahí radica todo.
Siempre tuve una duda. Cuando un hombre ve una mujer rubia guapísima puede exclamar «¡Vaya rubia!». Sin embargo, si la despampanante representante del sexo femenino es morena, el comentario es «No veas que tía…» ¿por qué esta exclusión de la tonalidad del cabello en la definición del sujeto? Moriré con esa duda. Lo sé.
Sin el reto anterior superado, ahora resulta que tengo que plantearme la disyuntiva mujeres simples contra mujeres complejas. Parece ser que es mucho mejor, desde el punto de vista masculino, una mujer simple, fácil como antónimo de complicada. Yo siempre pensé que era mucho mejor tener garra, genio, inteligencia, rapidez mental, algo de ironía y mucha maldad bien entendida y ahora me dicen que es mucho mejor ser pazguata. Inaudito.
No sé si lograré superar lo de las rubias, pero lo de las simples me parece que me va a llevar mucho más tiempo…