¡Qué bonita la fiesta de la democracia! ¡Qué maravilloso día electoral! ¡Cuán bella la urna, entre útil y lasciva, recibiendo nuestras papeletas ensobradas! ¡Qué glamurosa sensación la de las mesas dispuestas entre carteles manuales con indicativos del inicio de los apellidos! Chistes sobre la fotografía del deneí, tragedias por el orden en le que están dispuestas la papeletas, mocitas (madrileñas y no) prendadas de uniformes policiales, mayores reconociéndose demócratas, niños deseando que papá les deje votar, abrazos intimidatorios, sonrisas de preaviso. Repitamos juntos ¡La fiesta de la democracia!
No sé quien fue el engolado que se dedicó a tachar de fiesta lo que es un gesto cívico. Espero que el Señor lo tenga en su seno y en caso contrario que le de tiempo para arrepentirse por tamaña atrocidad léxico semántica. Sigamos con los tópicos que los tenemos todos, señora, barato barato. El pueblo ha hablado -tela con la expresión también- y tanto los que acuden a los colegios electorales como los que no, deciden con su acto (el de votar, no el otro) lo que quieren o lo que opinan.
«Si no votas no puedes quejarte», otro clásico, pues mire, el no voto es también una opción que contempla nuestro ordenamiento jurídico. Hay lugares donde es obligatorio votar y puede acarrear penas de cárcel no hacerlo, pero en nuestro país, con esta libertad tan sui generis, el no votar te está representando, justo en el cincuenta y mucho por ciento de los españoles. Lo que nos da cierto poder de queja, además de que es intrínseco al ser humano, es el pago de impuestos (directos, indirectos y medio pensionistas).
En época de crisis, antes, cuando el hambre atenazaba los estómagos de los menos favorecidos, cuando las chabolas hacían agua y los miedos envalentonaban, se producía una revuelta que a veces, casi siempre, acababa en guerra. En nuestro siglo XXI aún siguen existiendo muertos por revueltas en Europa (véase Ucrania, ayer mismo) y las frustraciones por falta de recursos, de soluciones y horizontes, se pagan en las urnas. Y esas urnas se radicalizan, a derecha o izquierda, según el país. A nosotros nos ha tocado la izquierda, a los franceses -por poner un ejemplo contrario- la derecha, cada uno en función de quien les está gobernando y a quien culpan de sus males. En Francia a los inmigrantes, en España a los bancos (y a los ricos, que eso se dice mucho). Aderezando con demagogia barata, sabiendo qué se quiere oír, es mucho más fácil ganar. Sólo hay que saber hacerlo. Movilizar masas es un don, se tiene o no se tiene, pero además hay momentos en la historia en los que es más fácil tener éxito.
De todas formas y maneras, «en la fiesta de la democracia» «ganamos todos» porque «el pueblo ha hablado» y «el pueblo es soberano», los políticos «tomarán nota de lo que les han dicho en las urnas» y seguirán «trabajando para todos los españoles». Porque si algo tienen las jornadas electorales es un adorable tufo a rancio, a repetida liturgia, como el típico y abandonado sándwich de foie gras del final de la bandeja, de los cumpleaños de nuestro ayer.
Ahora viene lo mejor, los ataques cainitas, las puñaladas traperas, los adelantamientos por la derecha, la soberbia a flor de piel política. Disfrutémoslo, es el epílogo de «la fiesta de la democracia».