Si algo le agradezco a los escritores sudamericanos es la libertad y normalidad con la que han batido sus letras hacia el mundo sobrenatural. García Márquez contaba sin pudor como su abuela era su confidente y su amiga, lo que luego supo y no le avergonzó contar, es que en realidad ésta llevaba tiempo fallecida y, tal y como él jura y perjura que era su compañera de historias, es evidente que hablaba con un espectro. Isabel Allende tampoco se ha quedado atrás y sus historias siempre han estado llenas de fantasmas, idas y venidas al más allá y muertos que dejan mensajes; lo ha contado envuelto en un costumbrismo que hace dar por bueno que los espíritus son uno más en un hogar.
Creo que no debe haber familia sin un buen espectro de cabecera, alguien bondadoso y con quien charlar. Un fantasma cálido y acogedor, protector o voz de la conciencia. Supongo que hay muchos, pero en estos tiempos que corren, y lo hacen a mucha velocidad, no hay quien se pare a mirar alrededor. Quizás, y solo quizás, si falla el Wifi. Yo tengo el mío, los míos, deberían mirar a su alrededor. Es elegante y da prestancia, proporciona savoir-faire, y queda -a todos los efectos- mucho mejor que consultar con la almohada.
Yo ya he contado que tengo un fantasma, a ratos dos y he convivido incluso con tres, supongo que han estado a veces juntos, que tampoco es cuestión de pasar lista cuartelera. No faltaba más que tener que obedecer también después de muerto. Además de ellos yo tengo una relación especial con mis parientes difuntos. No estoy loca, quede claro. Cuando algún momento me evoca el recuerdo de alguien que no está respirando, a mi lado, o al otro lado del teléfono, me encuentro charlando y preguntándome lo que pensaría, la diferencia es que en ocasiones se lo pregunto directamente.
Últimamente he tenido que hablar con uno de los míos, tomé la determinación con cierto miedo, no a él, sino a lo que tenía que decirle. Intenté que fuera con una sonrisa, y así se lo hice saber. Hablé con mi abuelo, que siempre fue del Atlético de Aviación, posteriormente llamado Atlético de Madrid. Él era un fiel seguidor y un gran hincha. El fútbol nunca le nubló la sesera, pero sus fidelidades estaban claras. Supongo que en el otro mundo esas cosas no cambian. Es más, estoy segura que uno se lleva sus colores futboleros al cielo azul.
Le dije: «Belo, la noche del sábado estamos enfrente, ¡mira que llegar los dos a la final!, por un lado está bien, pero por otro…no puedo ir con los tuyos, ya sabes que soy más madridista que el escudo. Que gane el mejor. No me tengas en cuenta si me enfado o digo cosas por mor de los nervios. Fútbol es fútbol. Y no hagas trampas, ya las hiciste todas cuando ganaron el doblete…»