La inconsciente juventud mira hacia el futuro con horizontes difuminados. El mañana se presupone. El final no se da más que por supuesto y mirar hacia atrás se convierte más en algarabía de sonrisas que en lamentos y mucho menos en remordimientos. Al menos en remordimientos de esos que dejan muesca en el alma. La edad no deja de ser algo biológico que afecta para ir a votar y poco más. La maduración no va en función de los años, pudiera ser algo positivo, y sobre todo daría muchas pistas para capear el temporal de amanecer cada día. Ser joven es, sin duda, vivir más que recordar. Disfrutar sin pensar en consecuencias.
La inconsciente juventud, repito, y en este caso, la mía -que no es tanta, pero necesito arrimarme al tópico-, me llevaba a creer que algo así no podía existir: caducidad sexual. En realidad no había negación posterior a la sentencia. No es que me llegara el razonamiento, lo reflexionara y después lo negara. No, no es el caso. Es que ni por asomo pensé que podría suceder algo así. Igual peco de ingenua. No suele ser mi mayor pecado, pero tampoco hablemos tanto de mí y menos de estas intimidades. Siempre quise decir «esto queda entre mi confesor y yo», pudiera ser un buen momento para intercalarlo.
No se me había pasado siquiera por la imaginación que las personas (humanas y no) tuvieran una caducidad voluntaria o asumida en lo que se refiere a la sexualidad. Supongo que estará escrita en algún lado y hasta puede que esté en braille, como en las cajas de fármacos, pero de todas las cosas que desconozco ésta es una de ellas. Ayer me enteré que existe y hasta que hay quien lo contempla como parte de su vida, o de su mala vida, pero lo hacen con una resignación que convence. Casi me pongo a buscarme mi caducidad con disimulo. Supongo que interiorizar una realidad como esa debe ser duro. Algo así como la indiscutible caída al vacío al saltar desde un helicóptero al grito de ¡Jerónimo!. Yo no sé si en ese momento, y ante una vida feliz pero sin sexo, preferiría que el paracaídas no se abriese. Un final espectacular siempre es mejor que una agonía de tediosa nocturnidad. También es cierto que a menos expectativas tienes, más alegrías te llevas a poco que suceda algo.
Entiendo que puede haber rachas difíciles, económicas, familiares, laborales, emocionales…, en las que la libido baje a los niveles más subterráneos y no apetezca nada más que esconderse y se rehúya del sexo. Aunque creo que a más dolor más necesidad de sentirse amado, entregado, parte de otro, aunque sea sólo cuestión de un encuentro sin mucho sentimiento. Recuerdo que un día comentaba a mi madre que parecía mentira que personas con pocos ingresos o malas rachas, traían niños al mundo de manera un poco inconsciente, y ella sin quitarme la razón me apostilló, «a veces solo les queda quererse Rocío». No sé si las hormonas pueden ser causante de malas jugadas, supongo que sí. Puedo comprender -un poco- que la pareja legal deje de apetecer, entendiendo por legalidad la que está de continuo en nuestra vida. Asumo que hay problemas de tipo médico que impiden que las cosas funcionen con la normalidad deseada, aunque siempre hay soluciones. No creo que la extrema fogosidad de la juventud que se esconde por los rincones buscando cualquier rincón sea físicamente viable, pero pensar que hay un fin a la sexualidad, me desconcierta.
Como no tengo por que dudar de semejante horizonte, creo que lo mejor es no perder mucho el tiempo y si llega la caducidad, haced como con los yogures…todavía tienen fecha, seguro que aguanta un poco más.