GENEROSIDAD EN BALCÓN

Cuando era pequeña yo era una niña muy buena. La maldad debió de llegar justo cuando me enfundé mis primeros tacones de altura, creo. Era una niña de esas que incluso dan un poquito de tirría de lo buenas que son, que no molestan, que piden las cosas por favor y se les puede llevar a sitios de mayores y no dan el coñazo. Vamos, repelentita. Eso sí, era muy cómodo vivir conmigo.

Hice una maldad, creo que con tres años. Mi casa tenía unos balcones preciosos, de piedra, con una balaustrada por la que yo podía asomar la carita sin quedarme atrapada. Vivíamos en pesetas y se acaba de estrenar la Constitución. Estaban todos los balcones de la casa abiertos, «que entre la gracia de Dios» se dice en mi casa. Yo debí pensar que el mundo estaba mal repartido o me dio un ataque de Jueves Santo, que es el día del amor fraterno (nota para los no creyentes), así que cogí el monedero de mi madre y me fui al balcón en pijama y me puse a echar monedas por entre las rendijitas al grito de : «Toma señor, toma señor» y la gente por supuesto lo recogía.

Detrás de esta anécdota mi madre siempre cuenta que me cogió de un pellizco, me metió para dentro y dio gracias al cielo de que cogí el monedero de la chatarra y no la cartera con los billetes. Con  lo bonitos que eran los billetes de veinte duros. Esa fue mi revolución comunista. Dedicarme a compartir…lo ajeno. (aquí dejo una indirecta que no sé si está bien dejarla, pero bueno).

Lo cierto es que en mi casa siempre me enseñaron a compartir, sin llegar a esos extremos, me mostraron infinidad de veces lo afortunada que era y después yo se lo he hecho llegar a mis hijas. No sólo tenemos una vida cómoda (unos ratos más estrecha que otra) si no que además tenemos gente que nos quiere, y nos quiere bien.

Ya he contado, y lo hago porque estoy muy orgullosa, que mis hijas son voluntarias de Cáritas durante sus vacaciones, preparan la comida que se reparte, ordenan y transportan los alimentos que se donan, y no es de una manera simbólica, no, lo hacen trabajando como cualquiera y a más mayores son, más trabajan. Si no me equivoco llevan ya seis años. La pequeña era muy pequeña y ordenaba los estantes bajos.

Cuando hay una donación grande, -que siempre se queda corta-, lo primero que dicen es «hay que decírselo a las niñas»-, porque están concienciadas y si le ven posibilidad a alguien son capaces hasta de contar su historia para que ese alguien se rasque el bolsillo. «Es que claro, no estamos quedado sin leche y hay que ir a comprar y es tan cara y son tantas personas…» A mí me tienen desplumada.

Hay muchas familias pidiendo ropa o alimentos, muchas que no están cómodas viendo llegar los macarrones, no es plato de gusto ir a pedir. Una ínfima parte puede que lo hagan por ser gratis, pero lo cierto es que ni es agradable ni es un trago cómodo de pasar. Además de que se pide documentación para contrarrestar las historias.

Ayer, me cuentan, llegó una pareja muy joven, los dos en paro y con un bebé. Sobreviviendo o mal viviendo, no lo sé, pero humildes y con ganas de valerse por ellos mismos. Son extranjeros, no tienen a nadie aquí, supongo que pensarían que podían acceder a un futuro mejor. La vida tiene estos recovecos. Allí estaban pidiendo un poco de ayuda, de trabajo, de lo que le pudieran ofrecer. Como tantos.

Mi madre es muy abuela, aunque es cierto que le han gustado los bebés de toda la vida. Sobre todo le gusta cogerlos en brazos, mis peleas me ha costado, y le preguntó a esa madre si le dejaba cogerlo. «¿Me la prestas?» que es lo que solemos decir nosotros. Le dio a la niña encantada. Dice mi madre que la niña se reía, que era muy bonita, que iba bien abrigada y estaba sequita (¿sabéis lo que cuestan los pañales?…pues eso).

A la mamá del bebé se le llenaron los ojos de lágrimas y le dijo: «Quitando su padre, es usted la primera persona que coge a mi hija». No se puede estar más solo. Es realmente triste.  Y en esta tierra mía donde cualquiera te dice que la cojas de otra manera, que le ponen bien el vestido, o cualquier excusa para tener un bebé en brazos  o cuando te lo quitan de las manos  a penas te juntes con dos amigas o entres en casa de un familiar…

Por supuesto mi madre le dijo que cuando quisiera abuelas postizas, allí había muchas mujeres dispuestas a ayudar y a mal criar, que no se sintiera sola.  Ella prometió hacerlo. A veces la generosidad no tiene nada que ver con dinero, y menos por los balcones, sólo es cuestión de mirar hacia los lados y ofrecer un poco de cariño y tiempo…

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