Ahora que se me van amontonando problemas y años debajo de los ojos, me doy cuenta que voy acercándome lentamente, y a base de gastados tacos de calendario, a una madurez que acabará – a Dios querer, que por qué no va a querer…todo sea dicho- en convertirme en una ancianita más o menos respetable. No le temo al paso del tiempo y tampoco al final del túnel pero hay ciertas cosas, como la incontinencia urinaria, que sí me asustan del futuro.
También me produce cierto terror convertirme en esa señora coñazo, no puedo definirlo de otra manera, que siempre anda contando batallitas, repartiendo consejos que no se han pedido, o pidiendo, a quien tiene edad de vivir y equivocarse, que haga cosas sensatas. Casi prefiero ir con la bolsa de plástico en la cabeza si llueve, al menos es algo que no lleva aparejado entrometerse en la vida de los demás.
Hay un paso intermedio, creo, entre la experiencia y la batallita. Entre haber aprendido a base de porrazos y aciertos más o menos peleados, y ser una constante trovadora en primera persona cuando no viene ni a cuento. En realidad creo que me atormenta contar mi vida en pasado.
Pero es cierto que, como dirían los cursis, se va adquiriendo un bagaje de vida. Y si se tienen hijos te vas viendo reflejada en multitud de pasos que van dando, tan similares a los tuyos, que recuerdas los que distes tú y te sientes muy mayor para lo joven que pensabas que eras.
Lo que sí agradezco del paso del tiempo y de una manera inequívoca, es el conjunto de expresiones y palabras que sólo usamos en esta familia y que cuando se me escapan fuera de mi refugio, tengo que explicar porque es imposible que las entiendan. Sé que son palabras mal dichas, frases imposibles, pero han quedado como parte de nosotros, dentro de una tradición familiar, de mí misma, a base de repetirlas porque en su momento nos hicieron gracia.
Son muchas, y me cuesta pensarlas porque las veo tan naturales que no las encuentro ni para mostrarlas. Por ejemplo en mi casa se comen «kenkejas» o «sopa de botones aplastados», y no se dice te quiero si no «miltreintamil» que es lo que contestaba mi hija cuando se le preguntaba cuánto te quería. Los descosidos son «descosuras» y solemos terminar cualquier frase con «un besito a los papás de la capilla» que era de la primera función escolar de mi hija. Las cebras se llaman «Co» y a Van Gogh se le cambió el nombre hace varios años por «Mangó». En Granada está «la Sierra Llevada y el pico Meleta» y los Pink Floyd, sin saberlo, escribieron la canción de «la valla de Merlín». Mi hija pequeña quería vivir en «Moma» y así llamamos a Roma desde entonces. En París está «Disneyland País» con la «cucalala» que era la que decía «toma eta mantana, frase que se repite en el postre sí o sí. Los mantecados con ajonjolí son «polvorones con alpiste» y en las parroquias están los «sancerdotes». El papel higiénico es «culipaiper» y los pelirrojos, «pelicolorados». Cuando el pollo está guisado con hueso es «pollo persona» pero si es de un asador de pollos es «pollo alquilado» porque así lo decía mi cuñada cuando era pequeña…
Muchas de estas palabras tienen que ver con los problemas de oído que tuvo mi hija (y por tanto de habla), pero hay que reconocer que es tan ácrata que no acepta ni el dictado del orden de las palabras o su etimología básica, así que podré seguir eternamente porque se van añadiendo cada vez más. Y reconozco que me encanta, pese a que sea otra manera más de marcarme el paso del tiempo.
Como siempre abriendo tu corazon Ro.
Entrañable articulo. Por problemas te comprendo. Convivo con mi 1/2 sordito desde hace 12 años. Y a veces es divertido, solo nos entendemos nosotros. Besosss
Pues eso bueno que tenemos!! Besotes
Acabo de adoptar el concepto «pollo persona». Buenísimo todo Rocío. Mil gracias.