Me cuesta disimular cualquier estado de ánimo, pero lo voy consiguiendo. Deben ser cosas de la edad, me ha costado mucho y es algo que la sociedad reclama: saber poner la cara adecuada al momento. Te lo enseñan desde chiquitita cuando te dicen que hay que dar las gracias aunque no te guste el regalo y no se te ocurra pasarte la mano por la carita después de que esa tía, besucona y algo babosa te de, un beso. De ahí en adelante te pasas la vida poniéndole buena cara a lo que no te gusta, y disimulando risas cuando en la ocasión sería imprudente soltar la carcajada. Yo ya casi sé. Sólo quien sabe mirarme a los ojos (pocos y allegados) saben que ahí está la verdad completa. No sé mentir con los ojos.
(Inciso: Acabo de desvelar el secreto de mi sinceridad oculta, a partir de ahora estoy perdida…)
Lo que peor llevo es disimular la cara de desconcierto, pero me quedo enredada en lo que me está pasando, me pongo a buscar respuestas y razones, y entonces se me olvida que me tengo que comportar de una manera adecuada a lo que la sociedad me reclama. Entro en mi mundo, ese íntimo que va a parte y que se llena de colores en cuanto soplo nubarrones, y como ahí se está bien, me olvido de todo lo demás. Después, cuando vuelvo a conectar con el mundo real, me da más apuro todavía.
El otro día me volvió a pasar y espero que esa persona no se diera mucha cuenta. Y si se dio cuenta, ha pensado que soy idiota. Volvieron a decirme eso de «¿no te conozco? ¿no te he visto antes? Me suena tu cara». Y yo siempre me pregunto con quien me confunden o debo ser la cara más común que hay en España. Y ahí me quedo dándole vueltas.
Me ocurre cantidad de veces, aprovecho para pedir que quien sepa a quien me parezco me lo diga y me ahorro un trauma de años.
Hace tiempo en Granada vino una chica súper enfadada, sin parar de gritarme, haciéndome aspavientos en la cara, vistiéndome de limpio, lo más barato que me dijo fue zorra. Y yo intentaba cortarle y decirle que me estaba confundiendo, pero ella seguía sin respirar, pensé que acabaría con ella un infarto o la cianosis. Como yo no me enfadaba, ella se irritaba más todavía. Por lo visto yo era igual que la que se había liado con su novio, y ahí estaba yo, soportando el chaparrón sin haber catado al varón. Cuando por fin pude sacarle de su error, no sabía donde esconderse.
En mitad de Vigo llegó un periodista del Faro de ídem a decirme qué por qué no le saludaba… que si ya no me acordaba de los amigos, yo le saludé encantadora -as usual- pero sigo sin saber a quien le di voz y saludo. Y sobre todo, espero que no fueran muy amigos, porque yo tampoco estuve tan cercana.
Un año, en El Rocío había dos señoras comprando flores para el pelo en una tienda. Yo buscaba un traje para mi hija y la dependienta, que también era diseñadora, me pidió que si me podía probar uno de sus trajes, que yo tenía la talla adecuada a los modelos que ella cosía. Con lo que me gusta a mí un traje de flamenca me faltó tiempo para ponerme todos los que quiso. Al volver a quitarme uno negro y plateado, muy de cantante de copla, y ponerme uno rojo de lunares clásico, una de las señoras le dijo a la otra a voz en grito. «Te digo yo que esta muchacha sale en la tele, por las mañanas, si estuviera aquí mi niña te diría como se llama, pero ahora no pongo el nombre en pie». Esa vez estuve cerca de saber algo, pero me quedé con las ganas.
Otro día, en una presentación, me confundieron con alguien de «la noche» sevillana y todavía me decían que a ver si invitaba y les buscaba «un sitito bueno y discretito». Yo, que salgo menos que El Cachorro ( comparativa localista que se refiere a un paso de Semana Santa que procesiona poco porque siempre le llueve cuando le toca salir) encima sufriendo pedigüeños de gin tonic en copa de balón con todos sus «avíos».
Este verano en Almería me preguntaron si yo salía en Canal Sur. Ahí pillé la pista al vuelo, disimul e intenté ver la televisión precaria, hundida, deficitaria y planfletera de Susana Díaz y Juan y Medio. Lo intenté, lo intenté como el último recurso que me quedaba para salir de la duda de años, me aferré como Di Caprio a la tabla titánica, sólo podía pensar que era mi última salida para dejar de poner cara de tonta, para borrar de mi cara el rostro del «alobamiento», pero fui incapaz de aguantar más diez minutos de publicidad y tópicos.
Así que sigo poniendo cara de tonta cuando alguien me dice: «me suena tu cara…yo a ti te conozco ¿no?»