Quizás hubiera otra manera, la verdad es que ella no lo sabía. Comprendía que existía cierto protocolo, pero tampoco entendía esas normas tan rígidas que regían por no se sabe que ley no escrita. El mundo avanza y a veces te sientes perdido en unos años atrás sin saber el por qué, se repetía. Nunca encontró la respuesta a esa pregunta y al final acabó aceptando que en ciertas cosas no se avanza, o al menos no lo hace a la misma velocidad. Conforme cumplía años estaba menos dispuesta a pelear minucias y ya eran cuarenta y seis los que le anunciaba el horizonte.
Las libertades, si es que se podían llamar así, habían ido al galope. No había una sola en la que no hubiera un avance sustancial, incluso a veces, la libertad estaba mal entendida y se podía acabar llegando al libertinaje, como tantas veces le dijeron sus mayores cuando aún llevaba esos tardíos calcetines largos. La rabia que le daba la cantilena con el juego de palabras era directamente proporcional a la que sentía ahora al comprobar que tenían razón.
Las mujeres habían llegado tan lejos como habían querido, con más o menos dificultad. Los hombres -en su mayoría- habían comprendido la injusticia de un sistema social que ninguneaba a la parte femenina de la sociedad, y habían colaborado en la naturalidad de la incorporación de ellas, siempre y cuando hablemos de sociedades occidentales.
La sexualidad femenina había dejado de ser un tabú y hasta en ciertos momentos pasaba a un estatus explícito que sin incomodar (a estas alturas de su vida, decía ella, ya estaba todo visto y nada escandalizaba) se volvía tan poco íntimo que dejaba poco al juego y a la sensualidad. De todas maneras, siempre había quien prefería una u otra opción. La diversidad no dejaba de ser algo positivo.
Lo que le hacía vivir tres siglos atrás era respecto al acercamiento entre hombre y mujer. Los pasos previos al noviazgo, el periodo en el que se conocen, que se van retando y a la vez concediendo con absoluta consciencia. Esos momentos (pueden ser minutos o meses) que pueden dar lugar a una relación (sentimental o sexual) o a una amistad simplemente. Parecía que estaba mal visto aún que una mujer tuviera las ideas claras, que tomara la iniciativa o que no respetara los tiempos que se empeñaban las antiguas que había que respetar. Muchas veces la crítica venía de las mismas congéneres. Otras ocasiones, si el círculo de amistad era pequeño o la población poco extensa, hasta podía coartar la ilusión de una mujer por el miedo al qué dirán.
Miraba a su alrededor y aún veía a mujeres incapaces de dar el primer paso, que consideraban que dejar clara una preferencia era una manera de infravalorarse. Hombres descolocados ante la sinceridad femenina y caballeros que confundían las preferencias de una mujer con un presunto precio. Era inaudito.
No sabía si llegaría el día en el que lo viera como una normalidad, como algo que existe, se da y no provoca habladurías posteriores. El día en el que esos momentos tan bonitos, se mantengan en la intimidad por gusto y no por coacción social. Mientras tanto dejaría sus preferencias claras sin hacer demasiado ruido, no es que importara lo que dijeran los demás, pero tampoco quería asustar a más hombres…