ROCIO

Soñé contigo tres años antes de que nacieras y eras exactamente igual, tan igual, que tu habitación la pinté y la amueblé conforme estaba en mi sueño para seguir en ese misterio de la subconsciencia que describí aquel día nada más despertar.
Varios doctores dijeron que no podría tener hijos o que había riesgo de que finalmente no nacieras, y se equivocaron, no nos conocían, no tenían que conocernos, pero somos tenaces. Fueron nueve meses duros, de reposo y viajes antes de tiempo al hospital. Mi estado de nervios era convulso y tu abuela y tu padre se ganaron en esos días una parcela de las grandes del cielo. Nunca he rezado más que entonces.
Aseguraron que nacerías por cesárea y también volvieron a equivocarse, todos menos tu bisabuela: «¡los médicos que saben!» me repetía una y mil veces, «se pondrá en su sitio, y nacerá «como Dios manda».
Naciste como si hubiera sido hace dos siglos, sin epidural, sin anestesias, sin calmantes, exactamente igual que como tantos niños en la historia. Eran las siete en punto de la mañana y mientras dos comadrones se preguntaban que elegirían para desayunar pues les finalizaba el turno, tú llegaste con los ojos abiertos y las manos heladas. Todavía no se te han calentado.
Te veo ahora, más alta que yo, con unos ojos inmensos que bailan entre el azul oscuro y el verde brillante y no me puedo creer que seas esa niña pequeñita de dos kilos y medio que me pusieron en brazos y metieron en mi cama al salir de paritorio porque había llegado una patera con muchas subsaharianas embarazadas y no quedaban apenas camas, y ninguna cuna.
Doce años y como diría Mafaldita: «Hablando de títulos, nos graduamos el mismo día». No sé cuál será mi nota, pero la tuya es un cum laudem, una niña generosa, responsable, inocente y buena. Demasiado inocente y demasiado buena para los tiempos que corren aunque no eres nada tonta. Sé que eres distinta y que no te dejas llevar por modas o tendencias, me enorgullezco de ello a la vez que algo íntimamente me avisa de que vas a sufrir por defender lo que crees que debes ser, ir contracorriente no es fácil pero tú tienes la suerte de tener una gran autoestima.
Pero tienes que saber algo, por mucho que me hayas alcanzado en centímetros y aunque finalmente consigas ser corresponsal en París y escribir libros como es tu sueño incluso por muchos años que cumplas, siempre, siempre serás mi niña.


¡Felicidades princesa!

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