COSTUMBRE EN DISPERSIÓN

Somos animales de costumbres. Es innegable y cierto que no es necesario mucho tiempo para que tomemos una rutina por costumbre y nos adaptemos a ella. No importa que sea una dieta horrible, una vida laboral a turnos o vivir en zona de guerra, al final el ser humano se adapta a su entorno a base de paciencia o inteligencia, que son dos dones que no suelen ir unidos, salvo que el sujeto sea investigador. En ocasiones la adaptación es por huevos, permítanme la licencia burda y hasta grosera.

Por ejemplo, yo creo firmemente que un clima de nubes bajas, lluvias y días grises acabaría con mi espíritu, bajaría a los infiernos de la depresión y no sería capaz de levantar cabeza. Ni que decir tiene que sería el fin de mis risas y me vería incapaz de caminar con paso firme y contundente como el que suelo llevar. «¡Pisa fuerte!», es de las cosas que más veces me han dicho, con un recuerdo especial a un «¡Pisa fuerte niña, que paga el Ayuntamiento!» que me gritó un representante oficial del piropo, un obrero de la construcción .  Pese a que mi abuela me ha intentado educar en que a una señorita no se le debe oír antes que ver, reconozco que, con zapatos de tacón de por medio, la enseñanza cae en saco roto. Lo siento Yiya. En fin, que me disperso como los gases nobles. Concluyo: hasta sabiendo que ese clima me afectaría a mi esencia del ser, mis chacras, mi alma y mi adn, reconozco que al final me adaptaría porque hay que seguir viviendo.

En mi costumbre está dormir acompañada. Desde hace muchos años mi cama siempre ha estado compartida. Ni es mejor ni es peor. Es mi costumbre. No me siento superior por dormir con alguien ni creo que quien goza de cama completa sea más que yo. No es el manido debate de solteros frente a casados o asimilados. Lo he sufrido en más de una conversación y no me sabe a nada. Yo duermo acompañada aunque ha habido épocas en las que durante la semana laboral dormía sola, pero de eso hace demasiado tiempo y en verano, que también ocurre, al no ser «mi» cama, no me desoriento tanto.

Esta noche he dormido a cama vacía, no estaba sola en casa y pese a que algo de miedo siempre tengo a flor de piel, no estaba asustada. El miedo me nació el día que me dijeron que estaba embarazada y desde entonces está siempre ahí, agazapado y constante, sin ser una obsesión pero sabiéndome responsable de mis hijas, dos vidas, las que más quiero en este mundo. La angustia de que les pase algo y yo no sea capaz de reaccionar a tiempo o salvarlas me suele acechar sobre todo cuando no hay nadie con quien compartir mi desasosiego o la carga de salvarlas.

La verdad es que no he dormido. Por eso las gotas hoy están perdidas y temblonas como bajando por un cristal. Estaba acostada, a oscuras, pasaban los minutos pero el sueño no venía y cuando sonó el despertador fui consciente de que me había dado plantón. Me ha dado tiempo a pensar en muchas cosas, algunas demasiado, conseguí por fin no tener los pies helados, he lidiado con un leve dolor de cabeza y he recurrido a todos los recuerdos buenos que se me ocurrían para ahuyentar los malos pensamientos. He a despertado de no dormir, sin la resaca de una mala noche pero algo cansada y, por lo que ven, dispersa. Espero que me perdonen, pero no me parecía justificación suficiente para no dejar aquí mis gotas…

 

 

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