LA CAJA

Volvió a meter la ilusión en su caja, y apretó levemente el precinto para que quedara bien sellada. Hacía tan poco que lo había quitado que aún pegaba, no le había dado tiempo a secarse.
La desilusión existe por la contraprestación de la ilusión, y cuanto más dura en el tiempo esta última, más grande es la primera. Por pequeña que sea al nacer una ilusión, los días la van cebando y aunque a veces quedan pequeñas cantidades por el camino, a poco que pasen los días se va haciendo cada vez más robusta. Y obviamente al romperse…duele.
Esta vez tenía claro que había sido un error ilusionarse así que no merecía ni siquiera más de dos suspiros… ni para lágrimas daba. Aunque bien pensado, podía empezar a derramar alguna pero no por la desilusión, sino por la estupidez condensada en estupidez humana -la más tonta de todas-, esa que la caracterizaba respecto a las expectativas creadas.
¿Qué necesidad había de montar castillos en el aire? Quien dice castillos…dice casetas de perro…que tampoco había que dramatizar más de la cuenta…pero dónde estaba la urgencia de abrir las solapas de una caja que la última vez tanto trabajo le costó cerrar…
Si es que se llenaba de preguntas y luego sabía que era mejor no contestarlas, que se iba a encontrar frente a frente con verdades que le molestaban o con realidades que estremecían el alma.
Esto era sin duda lo peor, mirarse a ese metafórico espejo del hoy y del ayer, por lo que mostraba y por lo poco que dejaba mirar al pasado, no era un cristal traslúcido, la opacidad trasera le hacía contemplar un futuro nulo, oscuro, denso.
Miró la caja y volvió a presionar, no por la desilusión de hoy, sino por todas las anteriores que le habían hecho trizas el corazón, las ganas, el futuro…cogió la caja con cuidado y la escondió al fondo del armario, donde no se viera,  intentando olvidarla para no volver a caer en la tentación de volver a sentir la vertiginosa emoción de ilusionarse.

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