PATERNIDAD POR ESCRITO

Leo muchos artículos desde la paternidad, la del hombre. Nace su criatura y al día siguiente un bellísimo artículo sobre el amor infinito, la sangre que late, los ojos que se abren, la vida que sale al encuentro, como en aquel libro de José Luis Martín Vigil que nos hacían leer en el cole que para eso yo fui a un cole del Opus.

Y son preciosos, unos artículos llenos de amor, raudales de orgullo y miedo. Y emocionan y yo, que soy de lágrima fácil,  lloro como un San Bernardo babeando.

Sin embargo siempre me ronda el mismo pensamiento…en ningún momento yo fui capaz de escribir, no sólo eso, es que ni siquiera se me pasó por la cabeza buscar una hoja usada para anotar una frase en una esquina, siendo yo tan de dejar frases por el mundo, perderlas o ser incapaz de descifrarlas, ni una nota en el móvil, nada.

Cuando nació mi hija mayor yo tenía 25 años, había sido un mal embarazo y un parto a la antigua, sin epidural, no había ni cunas disponibles porque mi blanquita de ojos claros nació a la vez que muchos hijos de inmigrantes que acababan de llegar en una patera y también nació el primer nieto varón de un patriarca gitano, y estaban las habitaciones sin camas disponibles, porque el mestizaje no es cosa de hoy, ni de ayer.

Salí de paritorio con mi hija en la cama conmigo,  yo estaba dolorida, supongo, pero tan extasiada con ella que no había dolor, ni gente, ni ruido, ni familia alrededor, éramos ella y yo, nos conocíamos desde hace tiempo, yo le había habladl mucho, éramos viejas conocidas ya y por fin nos veíamos las caras.

Yo sólo sabía sentir,  eso lo deduzco ahora, pero en aquel momento sabía que no me quería perder ni un segundo de ella, me resultaba increíble que esa niña fuera mía. Incluso de una manera un poco inconsciente tampoco tenía miedo, al menos no era capaz de encontrarlo entre mis emociones, estaría seguro.

Cuando nació mi segunda hija, yo tenía 29 años,  el parto fue regular, ahí si hubo epidural y más gente que en la Feria de Jerez, me dieron una niña perfectita,  me dijeron, pero de dos kilos cien gramos…tenía mofletes pero no culo. Hacía tanto frío y era tan pequeña que la llevaba siempre pegada a mí, acompasando corazones, oliendo su pelo, sintiendo sus manitas agarradas a mí. Ella me hizo ese regalo.

No había placer más inmenso que tenerlas a las dos a mi lado. Me sentía fuerte, poderosa, capaz de todo por ellas, feliz. Y tardé bastante en escribir después de cada parto, pero estaba tn llena, tan plena, sintiendo cada segundo, que jamás se me ocurrió buscar palabras y cuando lo hice fueron cuentos para ellas.

Reconozco que no me dan envidia esos artículos, los comprendo, me gustan, me emocionan, pero creo que me quedo con mi suerte de parir, pese a todo, y de no necesitar ni ponerlo en un papel porque mi vida ya estaba plasmada en ellas.

Deja un comentario si te apetece por fi