MALOS TIEMPOS BUENAS COSAS

Las circunstancias no se están poniendo fáciles, la sociedad en sí está cayendo rápido y en picado por un negro túnel de desolación y desamparo. Todos en mayor o menor medida están mucho peor que hace unos años y sucumbir al pesimismo sería lo más lógico, dejarse llevar y entonces sólo encontrar el lado gris y difícil de las cosas. Porque ese lado existe, no podemos engañarnos, existe un lado terrible, duro y doloroso. Eso no desaparece.
Hay personas con mar de fondo, obtusas y negadas a ver lo bueno de las circunstancias, hasta cuando son buenas, así que en estos momentos tan complicados aún menos, pero incluso cuando a duras penas hay algo por lo que sonreír existe un resquicio positivo. Siempre hay algo, por poco que sea, solo hay que abrir los ojos al recuerdo, sentir los olores…abrir el horizonte.
Es cierto que hay casos extremos en los que solo existe la opción de ayudar, sonreír, apoyar y animar porque la compasión creo que no es un buen sentimiento, tiene que ser una compasión muy noble, muy blanca y muy sincera para que detrás de ella no haya un ápice de superioridad y es lo que menos necesita alguien que esté pasando por una situación extrema: que le recuerden que hay un mundo muchísimo mejor, ¡claro que sabe que existe!, incluso puede que formara parte de ese grandioso mundo, pero ya no es así. Tampoco hay que analizar los porques, ni las causas, ni las culpas, las cosas han sucedido así y no hay más remedio que mirar hacia delante. Hay un dicho inglés que dice : «de nada sirve llorar por la leche derramada» es gráfico, y es real. Sólo podemos disfrutar de lo que tenemos y seguir.
Hay que aprender a disfrutar las cosas simples, las más sencillas, no es que no nos guste el lujo, la buena vida, los grandes viajes, las cenas íntimas, todas esas cosas que se relacionan con vivir bien y que suelen ser tremendamente caras, pero poco a poco hay que ir acostumbrándose al placer y el encanto que producen las pequeñas cosas. Y esas están en todas partes.

PRESENTACIÓN LILAS EN UN PRADO NEGRO. BARCELONA

Nuevamente una presentación, esta vez la cálida Barcelona. No hay palabras para agradecer lo bien que nos trataron en la Fnac y la categoría y el cariño de Pepa Fernández, la profesionalidad no hace falta que la alabe porque es algo sabido por todos y que demuestra cada fin de semana.
Si bien es cierto que el trago de entrar a lo que fue una plaza de toros, yo que soy taurina, hecha centro comercial es algo difícil y encima por la puerta de la tienda del Barça, yo más madridista que el escudo….la verdad es que fue un lujo en todos los sentidos, por los asistentes, por el trato exquisito que nos dieron, por todo.
Puede que quede algo repetido, pero la verdad es que…es el mismo libro…

Buenas tardes a todos.

Mi nombre es Rocío, aqui veo algunas caras conocidas que sonríen y me tranquilizan pero para quien no me conozca yo soy…colaboradora de Alvite. Soy su mano derecha..o su pie izquierdo, depende del día. La persona con la que más discute y a la que más aguanta. Y viceversa.

Es un privilegio estar aqui en la Fnac con estos dos indiscutibles monstruos de la comunicación como son Pepa Fernández y Jose Luis Alvite presentando estas «Lilas en un prado negro».

Este libro es el quinto de Alvite, no hay quinto malo, y es un empeño personal mío cobijado por el permiso del autor y por la editorial Ezaro, cuyo patrón, Alejandro Diéguez, tuvo a bien respaldar.

Cuando José Luis confío en mi para preparar y documentar el libro anterior, «Humo en la Recámara», me mandó un pen drive completo de documentos y tuve que escarbar entre ellos. Estos archivos estaban nombrados por él pero no coincidían con los títulos de los artículos, o si, yo buscaba por entonces textos de ese maravilloso club de Nueva York que es el Savoy. Había no sólo «Historias del Savoy», porque éstas se mezclaban con otros documentos, algunos vacíos, con una sola frase, cartas personales, de Hacienda, y entre ellos aparecieron algunos, muy pocos, artículos del llamado entonces «Manicomio de Alvite». Estos artículos se editaron en el suplemento «Estela» de Faro de Vigo y yo me quedé impresionada por su intensidad, frescura y genialidad. Tras mucho trabajo y dotes de persuasión conseguí tenerlos todos y cuando me hice a la idea de la obra al completo decidí, por mi cuenta y riesgo, que había que hacer un libro ya que estos artículos solo habían sido publicados para Galicia y era una pena que no se pudiera conocer a nivel nacional. Aqui es cuando me puse pesada, terca me dice Alvite, y finalmente conseguí que accediera.

No ha sido tarea fácil, tras seis meses de espera y dado que no me enviaba ningún artículo corregido o con el visto bueno decidí que era el momento de tomar medidas extremas y coger las riendas, asi que la totalidad de los textos se los he leído por teléfono a Jose Luis para que retocara, corrigiera, aceptara o eliminara. Algunos de ellos varias veces. Desde aqui mi agradecimiento eterno por las maratonianas jornadas telefónicas porque además se que odias el teléfono.

Este libro nos saca del Savoy, de los matones, las mujeres desencantadas y el alcohol, deja atrás a Newman, a Terry, a Pavesse… y al mismo Al pero no se pierde la esencia de los hombres y mujeres derrotados, esos que tantas copas dejan sudar hielo al ritmo de la música, los disparos y la desolación. Tampoco es refugio del áspero y sentimental Alvite, el ínitmo y acosado por los remordimientos, sin embargo el autor está en cada frase.

«Lilas en un prado negro» es la mezcla de ambos.

Se desarrolla en un imaginario manicomio, San Antón de Restande, basado en el compostelano sanatorio siquiátrico de Conxo donde me comentaba Jose Luis que acudía a recibir tratamiento en una etapa de su vida, pero que con su desidida y falta de constancia innata, tampoco fue un paciente ejemplar, aunque acudiera por voluntad propia. Le sirvió no obstante de inspiración.

En San Antón de Restande hay mucha dulzura, soledad, lugares bucólicos, tratamientos experimentales, médicos burocráticos, palas de electroschok, pacientes adorables con asesinatos a sus espaldas, y otros perdidos entre varias personalidades. Como un paciente más el protagonista nos va desgranando el día a día en el sanatorio y nos va presentando a sus compañeros y sobre todo esta ella, Laura Sarandeses que es una de esas mujeres de Alvite, de mediana edad, desencantada, bella, imaginativa, solitaria, valiente en sus fantasías amorosas y cobarde en el amor, inteligente y friolera. Es enfermera del sanatorio y en ocasiones busca a nuestro protagonista para que sea su confidente entre esa algarabía de mentes trastornadas.

Yo solo puedo animarles a que entren al Sanatorio de Restande sin miedo y que se dejen atrapar por él, sin camisas de fuerza, y si se ven retratados en algún personaje, no teman, nos pasa a todos y no estamos tan locos.

Muchas Gracias.

A continuación doy paso a Pepa Fernández periodista, indiscutible reina de las ondas en Radio Nacional de España,

Ahora, y permítanme el lujo de repetir lo que escucho cada viernes sobre las doce y poco…les dejo con José Luis Alvite
 
 

RECUERDA POR FAVOR, RECUERDA

¿Recuerdas? Tú sentado inamovible y sin embargo tan cómodo. Yo sobre ti, recostada en tu hombro algo inquieta, mi pelo caía por tu pecho y me leías con tu voz grave y cadente y el significado de las palabras se volvía secundario.
¿Te acuerdas? Teníamos todo por delante y nada en las manos, sólo ilusión y ganas de comernos el mundo sin más ambición que contemplar juntos las cosas simples. Escucharnos. Saber que si nada teníamos nada podíamos perder porque lo material no importaba, nos pertenecíamos por voluntad propia.
Noches en vela sin más compañía que un libro y la lamparita, a veces un café y si estabamos de fiesta una copa de vino, o de whiskey que duraba hasta el amanecer, hasta que el azul rosáceo de la mañana nos recordaba que otra vez habíamos usado la noche en lugar de dormir.
Aún te recuerdo leyendo al aire, entre calada y calada a un cigarro apurado hasta más allá del filtro:

«Regálame una rosa que no esté usada
Entrégame una vida que no se gaste
Olvídame despacio, si así lo quieres
y vuélveme la espalda de tu regazo.»

Y parabas, dejando la última palabra suspendida en el aire y aún no se si es porque necesitabas aire, estabas reflexionando, querías que lo hiciera yo o todo a la vez, pero yo no rompía el momento, nunca lo hice, saboreaba hasta tus pausas.
Era una época donde el día tenía más minutos porque habíamos aprendido a dejarlos parados a nuestra conveniencia y la derrota y el cansancio no formaban parte de nuestro vocabulario.
Fue otro momento, ni mejor ni peor, pero dime ¿recuerdas?

LA EXCLUSIVIDAD DE UNA CANCIÓN

La recordaba de rodillas, con su cubo al lado, cantando coplas mientras fregaba los suelos. «La fregona no limpia señora, eso a lo mejor para las señoritas, pero siempre fregué así y así lo veo más escamondao» y seguía frota que te frota luciendo el suelo.
Según el momento su cante era un susurro y en otras ocasiones, un desaforado «Ojos Verdes» a pleno pulmón. De tanto observarla se había ido dando cuenta de que la plata daba para melodías a media voz y los cristales merecían auténticos do de pecho, siempre pensó que hasta en sus oidos le sonaba la orquesta y cuando callaba, desde su escondite acechador, le sorprendía encontrar a la señora de la limpieza y no a una de esas bonitas cabareteras de labios rojos y escotes generosos.
Sabía que era así porque cuando acompañaba los domingos a papá a comprar el periódico, en las alas del kiosco de la prensa, había revistas llenas de colores y artistas de varietés.
Ella tenía un novio, que venía a recogerla religiosamente. Hubo un día que él se retrasó y ella le esperó en el portal, con tan mala fortuna que el conserje ya había recogido las basuras y le dió charla y ¡había que ver al señor mecánico de automóviles, era una fiera!. Así que ya no lo hacía más, esperaba sentada en la cocina, deseando que sonara el timbre de la puerta del servicio para poder por fin salir de alli.
El pensaba que se iba a cantar a un bar o a un merendero lleno de lucecitas para parejas de bailarines enamorados, pero la realidad era una madre medio ciega y un padre mayor que necesitaban la cena y la medicación.
En esos casos ya no cantaba, miraba preocupada un minúsculo reloj que llevaba colgado con una cadenita, un regalo de su novio, decía, lo único fino que le vió hacer, apuntaba para que no hubiera equívocos o lamentándose, porque en ella todo sonaba como un brote de alegría y no sabía distinguir.
Ella en la sillita de madera y cuerda, sentada en el filito, incómoda por la situación, tensa, y entonces, él se atrevía a salir del escondite y se acercaba, y era cuando maternalmente le ordenaba el pelo y le preguntaba cómo le había ido en ese colegio de señoritos donde le mandaban tan guapo y tan formalito, y luego, muy bajito, murburaba «angelito, con el frío que hace, tan chico…»
Luego sonaba el timbre y se acababa la magia y él volvía a su realidad envidiando a ese novio despiadadamente celoso al que le tenía que agradecer los minutos de cercanía que tenía con su particular cantante de revista.

OPERACIÓN BIKINI

La sonrisa se le perdió en la mañana y le duró lo que tardó en ver los números reflejados en el neón de la báscula
– ¡Maldita sea! -masculló. Se pasó la mano por la frente mesándose la melena recogida al libre albedrío al despertar y siguió farfullando una cascada de improperios que se dirigían por igual al peso y a ella misma.
En su ritual de la mañana había desterrado el momento de pasar por la tortura de la balanza porque tenía muy claro que solo le iba a dar malas noticias. ¿Para qué sorprenderse ahora? Estaba claro que la dificultad de entrar en los vaqueros, y la falda ajustadísima eran clara consecuencia de algo, no iba a ser la venganza callada y fría de la gravedad. Pero cuando la numeración se hace patente… ¡qué angustia!
Tomó un vaso de agua enfurecida y tan rápido que las sienes empezaron a latirle como si el corazón se le hubiera partido en dos y se hubiera dedicado al intrépido viaje de conocer su cerebro.
El cerebro, veamos, ella era una mujer inteligente, sensata, no se permitía ningún tipo de tontería o de pensamiento absurdo porque generalmente o costaban dinero o tiempo y ninguna de las dos cosas estaba dispuesta a perderla.
¿Por dónde iba? ¿Por qué no podía pensar con claridad?
Era inteligente si, culta, formada, e incluso tenía claro que la «belleza está en el interior» (señora Pots dixit), entonces, ¿a qué tanta preocupación? Ella jamás había condenado a alguien por su aspecto, por su talla, tenía sus gustos, no era un ser inmaculado y perfecto, pero nunca dejó de darle una oportunidad a una persona sólo por su aspecto físico, es algo que había visto muchas veces y siempre le pareció una aberración.
Y luego, con los tiempos que corren, ya comer era una suerte, aunque fueran exceso de hidratos…
Una luz interna se le encendió, una voz le llegó con su misma entonación…»Te autodisculpas» ¡Ah no!- se regañó- ¡eso nunca!. Por ahí si que no, jamás una autodisculpa, ni paños calientes para ella misma. La autocompasión es de cobardes.
No se encontraba mal y tampoco tenía ningún tipo de enfermedad de las que acompañan al sobrepeso, ni siquiera tenía claro que fuera sobrepeso, simplemente se había dejado demasiado. Las causas eran muchas y la culpa solo una, de ella.
Había llegado el momento de coger el toro por los cuernos, había engordado. Había engordado mucho y por inteligente que fuera, por claro que tuviera que era una superficialidad no quería estar así. No había más excusas. Era el día 1 y pronto volvería a resurgir.