Las circunstancias no se están poniendo fáciles, la sociedad en sí está cayendo rápido y en picado por un negro túnel de desolación y desamparo. Todos en mayor o menor medida están mucho peor que hace unos años y sucumbir al pesimismo sería lo más lógico, dejarse llevar y entonces sólo encontrar el lado gris y difícil de las cosas. Porque ese lado existe, no podemos engañarnos, existe un lado terrible, duro y doloroso. Eso no desaparece.
Hay personas con mar de fondo, obtusas y negadas a ver lo bueno de las circunstancias, hasta cuando son buenas, así que en estos momentos tan complicados aún menos, pero incluso cuando a duras penas hay algo por lo que sonreír existe un resquicio positivo. Siempre hay algo, por poco que sea, solo hay que abrir los ojos al recuerdo, sentir los olores…abrir el horizonte.
Es cierto que hay casos extremos en los que solo existe la opción de ayudar, sonreír, apoyar y animar porque la compasión creo que no es un buen sentimiento, tiene que ser una compasión muy noble, muy blanca y muy sincera para que detrás de ella no haya un ápice de superioridad y es lo que menos necesita alguien que esté pasando por una situación extrema: que le recuerden que hay un mundo muchísimo mejor, ¡claro que sabe que existe!, incluso puede que formara parte de ese grandioso mundo, pero ya no es así. Tampoco hay que analizar los porques, ni las causas, ni las culpas, las cosas han sucedido así y no hay más remedio que mirar hacia delante. Hay un dicho inglés que dice : «de nada sirve llorar por la leche derramada» es gráfico, y es real. Sólo podemos disfrutar de lo que tenemos y seguir.
Hay que aprender a disfrutar las cosas simples, las más sencillas, no es que no nos guste el lujo, la buena vida, los grandes viajes, las cenas íntimas, todas esas cosas que se relacionan con vivir bien y que suelen ser tremendamente caras, pero poco a poco hay que ir acostumbrándose al placer y el encanto que producen las pequeñas cosas. Y esas están en todas partes.
Mes: abril 2013
PRESENTACIÓN LILAS EN UN PRADO NEGRO. BARCELONA
Nuevamente una presentación, esta vez la cálida Barcelona. No hay palabras para agradecer lo bien que nos trataron en la Fnac y la categoría y el cariño de Pepa Fernández, la profesionalidad no hace falta que la alabe porque es algo sabido por todos y que demuestra cada fin de semana.
Si bien es cierto que el trago de entrar a lo que fue una plaza de toros, yo que soy taurina, hecha centro comercial es algo difícil y encima por la puerta de la tienda del Barça, yo más madridista que el escudo….la verdad es que fue un lujo en todos los sentidos, por los asistentes, por el trato exquisito que nos dieron, por todo.
Puede que quede algo repetido, pero la verdad es que…es el mismo libro…
RECUERDA POR FAVOR, RECUERDA
¿Recuerdas? Tú sentado inamovible y sin embargo tan cómodo. Yo sobre ti, recostada en tu hombro algo inquieta, mi pelo caía por tu pecho y me leías con tu voz grave y cadente y el significado de las palabras se volvía secundario.
¿Te acuerdas? Teníamos todo por delante y nada en las manos, sólo ilusión y ganas de comernos el mundo sin más ambición que contemplar juntos las cosas simples. Escucharnos. Saber que si nada teníamos nada podíamos perder porque lo material no importaba, nos pertenecíamos por voluntad propia.
Noches en vela sin más compañía que un libro y la lamparita, a veces un café y si estabamos de fiesta una copa de vino, o de whiskey que duraba hasta el amanecer, hasta que el azul rosáceo de la mañana nos recordaba que otra vez habíamos usado la noche en lugar de dormir.
Aún te recuerdo leyendo al aire, entre calada y calada a un cigarro apurado hasta más allá del filtro:
«Regálame una rosa que no esté usada
Entrégame una vida que no se gaste
Olvídame despacio, si así lo quieres
y vuélveme la espalda de tu regazo.»
Y parabas, dejando la última palabra suspendida en el aire y aún no se si es porque necesitabas aire, estabas reflexionando, querías que lo hiciera yo o todo a la vez, pero yo no rompía el momento, nunca lo hice, saboreaba hasta tus pausas.
Era una época donde el día tenía más minutos porque habíamos aprendido a dejarlos parados a nuestra conveniencia y la derrota y el cansancio no formaban parte de nuestro vocabulario.
Fue otro momento, ni mejor ni peor, pero dime ¿recuerdas?
LA EXCLUSIVIDAD DE UNA CANCIÓN
La recordaba de rodillas, con su cubo al lado, cantando coplas mientras fregaba los suelos. «La fregona no limpia señora, eso a lo mejor para las señoritas, pero siempre fregué así y así lo veo más escamondao» y seguía frota que te frota luciendo el suelo.
Según el momento su cante era un susurro y en otras ocasiones, un desaforado «Ojos Verdes» a pleno pulmón. De tanto observarla se había ido dando cuenta de que la plata daba para melodías a media voz y los cristales merecían auténticos do de pecho, siempre pensó que hasta en sus oidos le sonaba la orquesta y cuando callaba, desde su escondite acechador, le sorprendía encontrar a la señora de la limpieza y no a una de esas bonitas cabareteras de labios rojos y escotes generosos.
Sabía que era así porque cuando acompañaba los domingos a papá a comprar el periódico, en las alas del kiosco de la prensa, había revistas llenas de colores y artistas de varietés.
Ella tenía un novio, que venía a recogerla religiosamente. Hubo un día que él se retrasó y ella le esperó en el portal, con tan mala fortuna que el conserje ya había recogido las basuras y le dió charla y ¡había que ver al señor mecánico de automóviles, era una fiera!. Así que ya no lo hacía más, esperaba sentada en la cocina, deseando que sonara el timbre de la puerta del servicio para poder por fin salir de alli.
El pensaba que se iba a cantar a un bar o a un merendero lleno de lucecitas para parejas de bailarines enamorados, pero la realidad era una madre medio ciega y un padre mayor que necesitaban la cena y la medicación.
En esos casos ya no cantaba, miraba preocupada un minúsculo reloj que llevaba colgado con una cadenita, un regalo de su novio, decía, lo único fino que le vió hacer, apuntaba para que no hubiera equívocos o lamentándose, porque en ella todo sonaba como un brote de alegría y no sabía distinguir.
Ella en la sillita de madera y cuerda, sentada en el filito, incómoda por la situación, tensa, y entonces, él se atrevía a salir del escondite y se acercaba, y era cuando maternalmente le ordenaba el pelo y le preguntaba cómo le había ido en ese colegio de señoritos donde le mandaban tan guapo y tan formalito, y luego, muy bajito, murburaba «angelito, con el frío que hace, tan chico…»
Luego sonaba el timbre y se acababa la magia y él volvía a su realidad envidiando a ese novio despiadadamente celoso al que le tenía que agradecer los minutos de cercanía que tenía con su particular cantante de revista.
OPERACIÓN BIKINI
La sonrisa se le perdió en la mañana y le duró lo que tardó en ver los números reflejados en el neón de la báscula
– ¡Maldita sea! -masculló. Se pasó la mano por la frente mesándose la melena recogida al libre albedrío al despertar y siguió farfullando una cascada de improperios que se dirigían por igual al peso y a ella misma.
En su ritual de la mañana había desterrado el momento de pasar por la tortura de la balanza porque tenía muy claro que solo le iba a dar malas noticias. ¿Para qué sorprenderse ahora? Estaba claro que la dificultad de entrar en los vaqueros, y la falda ajustadísima eran clara consecuencia de algo, no iba a ser la venganza callada y fría de la gravedad. Pero cuando la numeración se hace patente… ¡qué angustia!
Tomó un vaso de agua enfurecida y tan rápido que las sienes empezaron a latirle como si el corazón se le hubiera partido en dos y se hubiera dedicado al intrépido viaje de conocer su cerebro.
El cerebro, veamos, ella era una mujer inteligente, sensata, no se permitía ningún tipo de tontería o de pensamiento absurdo porque generalmente o costaban dinero o tiempo y ninguna de las dos cosas estaba dispuesta a perderla.
¿Por dónde iba? ¿Por qué no podía pensar con claridad?
Era inteligente si, culta, formada, e incluso tenía claro que la «belleza está en el interior» (señora Pots dixit), entonces, ¿a qué tanta preocupación? Ella jamás había condenado a alguien por su aspecto, por su talla, tenía sus gustos, no era un ser inmaculado y perfecto, pero nunca dejó de darle una oportunidad a una persona sólo por su aspecto físico, es algo que había visto muchas veces y siempre le pareció una aberración.
Y luego, con los tiempos que corren, ya comer era una suerte, aunque fueran exceso de hidratos…
Una luz interna se le encendió, una voz le llegó con su misma entonación…»Te autodisculpas» ¡Ah no!- se regañó- ¡eso nunca!. Por ahí si que no, jamás una autodisculpa, ni paños calientes para ella misma. La autocompasión es de cobardes.
No se encontraba mal y tampoco tenía ningún tipo de enfermedad de las que acompañan al sobrepeso, ni siquiera tenía claro que fuera sobrepeso, simplemente se había dejado demasiado. Las causas eran muchas y la culpa solo una, de ella.
Había llegado el momento de coger el toro por los cuernos, había engordado. Había engordado mucho y por inteligente que fuera, por claro que tuviera que era una superficialidad no quería estar así. No había más excusas. Era el día 1 y pronto volvería a resurgir.